El jueves pasado se encendió en el salpicadero del coche un indicador cuya existencia ignoraba. Durante todos estos años había permanecido apagado y ahora se manifestaba por vez primera. Se trata de un piloto amarillo con el símbolo de un copito de nieve: el testigo de la escarcha, que nos alerta de la posible formación de hielo en el asfalto. El hallazgo fue acogido con alborozo por los miembros más jóvenes de la familia, siempre atentos a las cuestiones más nimias de la conducción. A mí, en cambio, se me heló la sonrisa en la cara; no por los tres grados centígrados de temperatura exterior, pues a fin de cuentas nos encontrábamos dentro de un espacio confortablemente climatizado. Pero estamos sumidos en la peor ola de frío de las últimas décadas y el invierno en los Balcanes no es de juguete como en la ciudad de Málaga. Pienso en que allí hay familias no muy diferentes a la mía en cuyo coche quizá se encendió un día el testigo de la escarcha. Tal vez circulaban no hace mucho por una calle siria imbuidos de la misma falsa sensación de seguridad que yo experimento, y hoy se encuentran arrumbadas en un páramo nevado a -15º C, teniendo una tienda de campaña como única protección frente a los elementos. La ONG Médicos Sin Fronteras ha emitido un comunicado en el que advierte a las autoridades europeas de que la inasistencia a los refugiados de la guerra está provocando «graves riesgos para la salud y la seguridad de esas personas», entre los que hay muchos niños, y «está poniendo sus vidas en peligro». Qué ignominia, Europa. Aquí sentíamos indignación, pero por las tarifas eléctricas. Ojalá que nunca tengamos que añorar los tiempos en que teníamos un enchufe al que conectar el calefactor.