El otro día me dejaron al cargo de mi sobrino de 20 meses. Para mi hermano y mi cuñada puede que sea un ejercicio de relax, en cambio para mí es el descubrimiento de un amenazante universo desconocido en el que todo, absolutamente todo, me parece un arma mortal. No sabía uno que un bebé pudiera convertir una cortina en algo con lo que atragantarse o una silla en una temible catapulta. En esas andaba yo destrozado de jugar tirado en el suelo, disfrutando de la presencia de mi nuevo y diminuto mejor amigo, cuando recordé que los padres de ahora tienen grupos de WhatsApp del colegio y le ponen vídeos a sus hijos. Pues nada, me dije, al lío.

Puse YouTube, busqué canciones infantiles y descubrí con espanto que todo lo dulce y entretenido de la infancia se había tornado en dibujos deformes, estribillos reguetoneros y decorados multicolor. Después del primer vídeo tuve que tomarme una biodramina, no es fácil asimilar La gallina cocoguagua al son de ritmos caribeños de esos que tú ya sabes mi amol. A mi sobrino no sólo no parecía importarle, sino que cuanto más movida era la cosa más parecía disfrutar, pero, como entiendo que entre mis labores de padrino está la de marcar el rumbo del buen camino, decidí darle un giro a la situación y busqué vídeos de Teresa Rabal. Sí amigos, Teresa Rabal. Así empezamos con la canción de Me pongo de pie me vuelvo a sentar, De oca a oca, y otras más hasta que llegamos a Veo Veo. En ese vídeo aparece la siempre pizpireta Teresa cantando en una clase de unos 30 querubines y haciendo juegos de palabras con las vocales. Todo parece ir bien hasta que la Rabal dice: empieza con la e, y una niña angelical responde a pleno pulmón: Eyuntamiento. Ya saben ustedes como sigue, cantado todos a coro aquello de no, no, no, eso no, no, no, eso no es así.

En fin, eyuntamiento. Cuando una niña de cinco años decide en su limitado vocabulario que la primera palabra con la letra ´e´ que le viene a la mente no es otra que eyuntamiento es que el mundo se va a la mierda, definitivamente. La canción de Veo Veo data de 1982, y ya alguien debió tomar cartas en el asunto para evitar en aquél momento la debacle moral que nos asola actualmente, porque ahora, 35 años después, veo a esa niña diciendo eyuntamiento y descubro nuevos matices, como que a la susodicha niñita se le pone cara de alcaldesa consorte, de comisión del 3%, de pena de banquillo, de caloret fallet o de concejala aspirante a sucesora de alcalde añejo y achacoso.

Se podrán imaginar que quité el vídeo inmediatamente. No podía permitir que mi sobrino se empapara de semejante disparate, porque se empieza a los cinco años por decir eyuntamiento y se acaba como Artur Mas, convenciendo a un tribunal de que Estado de Derecho se escribe con ´i´ de insumisión, de independencia, de imbécil de remate. Tras semejante mal rato decidí dormir al niño, así yo descansaría, tranquilo por saber que durmiendo un bebé no se lesiona, o eso creo.

No sé qué ha pasado con los dibujos y las canciones de nuestra infancia, o lo que es peor, no sé qué ha pasado con nuestra infancia. Desde entonces tengo pesadillas con gallinas turulecas en tanga y pezoneras, o con ratoncitos Pérez que perrean rimas malsonantes montados en descapotables horteras. Ahora imagino a aquella niña del vídeo de Teresa Rabal pero con 40 años, chándal cómodo y desdentada por la heroína, comprando latas de atún en el peculio de la prisión. Ahora es cuando descubro que el pasado nunca vuelve, y que tirarme al suelo para jugar con un niño y como un niño me trae recuerdos imborrables.