Finaliza el titubeo marisabidillo. Ese suspense nada necesario de plató, de poesía enclenque, de apaño matrimonial ya apalabrado a cambio de un cordero entre las familias. Ahora, como si no la vieran venir, Susana Díaz hace la de Hulk Hogan y se rompe la camisa entre la vieja guardia, que es más vieja que guardia, en la medida en que las esencias hace tiempo que fueron detonadas. Momento histórico para el postsocialismo. La fiesta cadáver. Moviéndose acompasadamente frente al vacío, con un cortejo ya vencido, añoso. Viene la presidenta a presentar credenciales de frente, con un discurso huero y hecho de soflamas que es a los Julián Besteiro y a la ideología lo mismo que los anuncios de natillas a Lord Byron. Suponemos que era cuestión de tiempo. Que esto es lo que no espera. El reflejo de una generación criada en los mentideros atroces de los partidos, sin experiencia ni formación, acampanada y arrogante. El socialismo se estrella. Y lo hace por la vía clásica, renunciando a la idea, a la inteligencia, siendo monumentalmente retrógrado. Susana es la apuesta del inmovilismo, de la primera acepción de lo reaccionario, que es el miedo al cambio. En este caso, un miedo omnívoro, que abarca desde la complicidad con el cinismo financiero hasta el método Rajoy, el de la absoluta pasividad, la carantoña y el desgobierno. Se postula Susana, por seguir con los noventa, en modo random, casi VHS, compaginando la máxima jaquetona en el mitin con el triunfo populista de la nada, de la emoción sin hueso, de la identidad inconsistente. El lema, cien por cien, socialista, habla por sí solo, aunque falla en el planteamiento matriz, el que a estas alturas de la película sigue sin entender qué es socialismo y cómo se diferencia del resto de opciones blancas y conservadoras. El PSOE de Susana es el de la encarnadura felipista, el que se asoma al pasado sin entender que el crédito no es infinito y que haber estado en Suresnes no blinda contra la estupidez y la pérdida de escrúpulos sociales. Sale, corajuda, la presidenta. Con un reparto petroriano que parecía más un congreso de Endesa que una reserva espiritual dispuesta a transformar España. Se nota en los mensajes: Rajoy quiere ser normal y el susanismo también, aunque en este último caso sin tener muy claro a quién se dirige, acaso el votante indeciso, ese invento de europeístas y de las encuestas demoscópicas. Ya lo dijo Borrell. La urdimbre para llegar al poder ha sido de traca: con pasos tan medidos como impúdicos en su evidencia. Susana va camino de lograr lo que pretendía, el que será su tope sin remisión, la cúspide del PSOE. Con su asalto a Madrid los socialistas acentúan el perfil que les ha llevado a la autodestrucción, se ponen apocalípticos, agigantando en línea recta la procesión de sus males. Y mientras Andalucía queda despanzurrada y sin rumbo, como una foca beata. Empiezan los movimientos subalternos, la vida subterránea del partido, la búsqueda de nuevos naipes. El que se mueva no sale en la foto, por más que el PSOE andaluz, especialmente en provincias como Málaga, sea especialista en todo lo contrario, en una suerte de voracidad icónica que no distingue. Y que no tendrá ningún tipo de tapujo en saltar del póster con chorreras de la presidenta a los brazos del siguiente secretario general, como antes lo hizo con Pedro Sánchez. Tiempos inciertos e histéricos. La crónica vulgar de una defunción que ha perdido hasta la grandeza del réquiem. Los socialistas no somos de izquierdas ni de derechas, decía la presidenta. De nuevo, la nada. La nada pertrechada de voces, de eslóganes, de cuchillos orgánicos.