Antonio Banderas alertó ayer de la dificultad de ser español en los Estados Unidos de Donald Trump. Pues anda que la dificultad de ser español en la España de Rajoy?

Al hijo de Pujol (va a pedir la prueba de paternidad del único de todos sus vástagos que no es un presunto sinvergüenza, o sea, que no está encausado) lo envía un juez a la cárcel «para que no siga haciendo lo que está haciendo». Es decir, que hay cosas que son un delito si se hacen mucho, si se hacen un ratito no pasa nada. Va al trullo cuando ya ha podido evadir más, robar más, delinquir, destruir pruebas, reírse de todo el mundo incluido el juez, que es algo tuercebotas jurídico y que sigue en su puesto porque esto es bastante bananero.

Ser español en una España donde una indocumentada quiere entrar en una tertulia de la Ser porque ella lo vale, sin caer que la Ser es una empresa privada que elige a sus tertulianos como le sale de los micrófonos. Podemos no da miedo. Lo que da miedo es que un partido político que prometía tanto y tuvo tanta capacidad de regenerar todo esto se dote de dirigentes con más ego que cerebro. Banderas ha puesto el dedo en la llaga y a él le ha puesto el Ayuntamiento de Málaga el balón en el área para que remate. Qué necesidad había. Yo quiero que el gran Seguí y Banderas hagan ese proyecto pero el Consistorio se empeña en un paripé o en un concurso a la medida.

Todo esto tiene un desgraciado parecido al teatro del puerto que se planeó en 2008. En aquel entonces Banderas se fotografió con dirigentes institucionales socialistas, el partido al que antes le tenía simpatía, y todos creímos que su fantástico proyecto se erigiría. Lo que se erigió fue una desidia campanuda, unas trabas propias de miopes políticos. Bueno, y algo más. Dónde estarán esas maquetas. A Banderas le dieron ayer un merecidísimo premio por su labor de embajador de los valores españoles e hispanos en Norteamérica, valores que exceptuando el guacamole muchos ultras de allí no son capaces de ver. Tampoco aquí, que somos un país de continuo negado por los nacionalismos de campanario egoistones y trabucaires que además tienen la suerte de contar con una cohorte de tiralevitas a sueldo cuando no de cagatintas. O cantautores como Luis Llach, que amenaza con que «lo van a pasar mal» los funcionarios que no se adhieran al nuevo régimen y no desobedezcan las leyes.

Tal vez la pena a la que se expongan, como alguien decía ayer en Twitter, sea tener que oír sus canciones. E iba de libertador y progresista, el gachó. Vamos de decepción en decepción hasta la derrota final.