El pasado mes de agosto, Emmanuel Macron era ministro de Economía de François Hollande, que ya había anunciado su disposición a presentarse a la reelección a la presidencia de Francia bajo un eslogan corajudo, "Estoy preparado". Nueve meses y dos rondas electorales después, Hollande entregaba las llaves del Elíseo a Macron. Sic transit la gloria de los análisis políticos, ni uno solo vaticinó el vuelco.

El pasado mes de agosto, Pedro Sánchez era un candidato hipotético a instalarse en La Moncloa, al frente de una escarpada coalición capitaneada por el grupo socialista. Dos meses después, el presunto aspirante era fusilado en Ferraz por sus propias huestes, que rendían pleitesía a Rajoy pasando sobre el cadáver de Sánchez. Y nueve meses simbólicos más tarde, el ejecutado también ha renacido para replicar con el francés Corneille que "los muertos que vos matáis gozan de buena salud".

El secuestro, tortura y crucifixión de Sánchez ha lavado sus numerosos pecados, la redención del protagonista es la esencia de los éxitos de Hollywood. Los dinosaurios que apadrinan a Susana Díaz han otorgado al exiliado interior el papel de Espartaco, contra la corrupción del imperio de Rajoy. La prolongación del suspense sobre las primarias, el solo hecho de que a estas alturas se hable todavía de una competición abierta y no del aplastamiento del flautista de Hamelín, supone un triunfo del candidato a solas.

Para no incurrir en la sospecha de hagiografía, cabe precisar que no se discute la capacidad limitada de Sánchez, sino que se aprecia su voluntarioso entrenamiento. Unido a una calma sobrehumana, ha propiciado una fructífera travesía del desierto, mientras los abotargados patriarcas del PSOE se multiplicaban para disimular las torpezas de Díaz. Sostiene Zapatero que ya es hora de que el PSOE sea dirigido por una mujer, un apoyo envenenado porque la generalización abstracta ofende a la candidata muy concreta.

En la entrevista seminal con reanimator Jordi Évole, los espectadores confundieron el rito bautismal de Sánchez con su epitafio. Las sacudidas de la nueva política no han alterado las coordenadas instaladas en la psique colectiva. En realidad, artefactos aparatosos como PP y PSOE pueden hoy suponer un estorbo antes que una rampa de lanzamiento. La traducción a las primarias es que Susana Díaz pierde aunque gane, y que Sánchez gana aunque pierda, porque ha crecido en el hábitat de soledad donde su rival no puede sobrevivir.

El país lleva un mes intentando localizar al equivalente español de Macron, con Albert Rivera en posición destacada. Sin embargo, el mejor equivalente del sorprendente presidente francés es Sánchez. No ha trabajado para la banca Rothschild ni de ayudante del filósofo Paul Ricoeur, pero es madridista. El líder de Ciudadanos mantiene un simulacro de estructura política, el aspirante a las primarias es el primer candidato sin partido. Su soledad no puede empeorar, y desmarcándose del PSOE obtendría con facilidad una docena de diputados. Es el único político autóctono que puede presumir de ello. ¿Cuántos escaños amarrarían Susana Díaz o Rajoy, despojados de sus siglas respectivas?

Sánchez puede ganar las primarias o ganar la independencia. Cuando te han fusilado tus partidarios, no tienes nada que perder. Con una prometedora carrera como candidato extrapartidista, es un meteorito solitario que ha alcanzado la velocidad de escape. Ha superado los embates de la fuerza de la gravedad que lo ligaba al PSOE, y navega con propulsión propia. Su autonomía no es infinita, pero supera a las constricciones de rivales atenazados por su historial.

El pasado mes de agosto, Iglesias y Rajoy despreciaban conjuntamente a Sánchez. Pretendían puentearlo desde los extremos, y nadie se atrevería a negar que el desdén simultáneo de los líderes de PP y Podemos estaba fundamentado con solidez. A estas alturas se han helado las sonrisas de displicencia, con la astuta neutralidad recuperada de González como ejemplo de cálculo incierto.

Los avales de militantes llevan firma, comprometen ante terceros que pueden tener en sus manos el futuro o el sueldo del avalista. En cambio, el voto anónimo en estructuras no caciquiles refleja un salvajismo escalofriante. Someter a una persona a votación debería atentar contra los derechos humanos, y pronto se clasificará entre las formas de violencia. Sin embargo, Sánchez ya ha recibido todo los golpes, y ahora puede dar uno.Sánchez, o PSOE o MACRON