Hace días, mientras afrontaba la intersección de dos accesos y una rotonda en plena hora punta, escuchaba en Radio Clásica (a propósito de la música en películas de Chaplín) el discurso final de El gran dictador, compendio inigualable de las mejores virtudes que la humanidad todavía puede descubrir en si misma, y recetarse para no caer en el oprobio, a la vez que denuncia de los males que han llevado a la situación en que fue concebido (albores de la Segunda Guerra). En ese momento una sombra se movió a pocos metros sobre un descuidado jardincillo del enclave viario, y casi por el rabillo (para no desatender la lucha por la vida en la rotonda) vi a un águila ratonera caer sobre las hierbas crecidas, sin duda para apresar un reptil o un múrido. Es terrible, en cuanto síntoma de los tiempos, que me haya parecido mucho más actual, e incluso más creíble, el silencioso discurso del ave.