La Generalitat asegura que se compartió toda la información entre Mossos, Benemérita y Policía Nacional. La AUGC y el SUP, asociaciones mayoritarias en la Guardia Civil y en la Policía, aseguran que no. Al respecto intervenía en las redes el cantautor Lluis Llach (quien entre otras canciones tiene una maravillosa titulada T´estimo: «... y lo poco que valgo me lo niego si me niegas la ternura, te quiero»; la recomiendo pese a no estar de acuerdo con su actitud como diputado de Junts pel Sí, conviene no confundir juicio con prejuicio) Llach devolvía la denuncia a las fuerzas de seguridad del estado expresando su duda, con obvia intención, de que fueran éstas las que no quisieran compartir información sensible sobre el imán de Ripoll. Todo esto causa hastío, tristeza y un justificado cabreo a muchos ciudadanos no adscritos a cuotas ni banderías en medio de este luto internacional.

El juez Pablo de la Rubia falló en 2015 contra una orden de expulsión que pendía sobre ese imán. Hoy puede sorprender, pero el juez la revocó atendiendo a que la Abogacía del Estado la pedía por el delito de tráfico de hachís por el que ya se condenó a Abdelbaki es Satty en 2012 (no figurando en su debe ningún otro delito cometido hasta los recientes sucesos de Barcelona). Parece claro que al juez De la Rubia le engañaron entonces «sus esfuerzos de integración en la sociedad española». Dos años más tarde, como es sabido, el supuesto cabecilla de la célula yihadista ha ardido en su propio infierno en un chalet de Alcanar, -próximo a la cárcel de Tarragona donde estuvo preso durante 28 meses-. En el chalet fabricaba peróxido de acetona, explosivo que los terroristas de la yihad llaman con su humeante palabrería habitual ´madre de Satán´.

No es relevante recordar que, en 2006, cuando el juez De la Rubia era magistrado en Sagunto, pretendió declararse en insumisión para no oficiar bodas homosexuales, acogiéndose sin éxito a lo estipulado por la Congregación de la Doctrina de la Fe de la Iglesia. Sin embargo, y por supuesto salvando las distancias con el execrable terrorismo que en este caso es de carácter yihadista, de nuevo alguien toma decisiones pretendidamente religiosas que se enfrentan a la legalidad. Una estructura legal que, al menos en Occidente, ha evolucionado durante siglos hasta aceptar y defender derechos a las personas, tipificados en la Ley junto a sus deberes como ciudadanos.

Detrás de no aceptar los derechos del otro (fundamentalmente el de vivir en libertad y, en primera instancia, el derecho a vivir) está la falta de empatía. Está no ver al otro, aunque tan diferente, como un igual. Despersonalizar hasta tal punto a la pareja, al adversario, al ´maricón´, al extranjero, etc... justifica al final su desprecio, su maltrato o incluso su muerte.

Leyendo con pena la carta de la educadora de algunos de los jóvenes terroristas y las declaraciones de uno de sus maestros, intentando que no me ciegue la rabia por sus crímenes, no dejo de preguntarme, como ellos, qué pasó y cómo evitarlo. Por qué un fanático pudo más que un colegio.