Dicen las gentes del campo andaluz que no hay mejor poda para los árboles y arbustos que la que se hace coincidiendo con las magias de la luna menguante de enero. La vida es así. Y en la tarde del 27 de diciembre de 2017, un día antes de los Santos Inocentes, falleció en un hospital parisino un gran amigo de España y de Marbella. Boris Khananashvilli y su esposa Françoise Dietrich durante muchos años han sido parte importantísima del paisaje humano de Marbella. Boris nació en Georgia, en los confines orientales de Europa. Aquel joven genio se asfixiaba en aquella república de la antigua Unión Soviética. Emigró a los Estados Unidos. Donde dejó elocuentes y admirables muestras de su capacidad emprendedora. Y por supuesto, jamás dejó de amar a su tierra georgiana, a la que tantas veces regresó.

Boris y Françoise compartían sabia y generosamente su vida con sus amigos en París, Normandía y Marbella. En las tres residencias convertían ambos su hospitalidad y su grandeza de corazón en una forma de arte que nos fascinaba a sus muchos y siempre devotos amigos. Mi mujer y yo llevábamos años asistiendo en su hermosa casa de Marbella a la fiesta del Año Nuevo de la Iglesia Ortodoxa. Esa doble celebración se había convertido en un rito, muy importante en nuestra vida. En esos encuentros inolvidables, inmersos en un mar de idiomas fascinantes, Boris y Françoise oficiaban de anfitriones, ataviados con unos espléndidos trajes georgianos. Boris me permitía que le llamara hermano. Un inmenso honor. Todavía no nos hemos recuperado del mazazo. Boris, el más joven de espíritu de todos nosotros, no estará en Marbella para saludar con un brindis en compañía de sus amigos la llegada del Año Nuevo de la Iglesia de Oriente. No será fácil para los que seguimos aquí.

El 24 de septiembre del 2016 publiqué en La Opinión de Málaga un artículo titulado «Un restaurante georgiano». En ese pequeño relato conté la invitación de nuestros amigos Boris y Françoise a un nuevo restaurante que había abierto sus puertas en San Pedro de Alcántara. Allí nos llevó Boris, aquel portentoso octogenario que conducía su coche con la bravura y los reflejos de un joven. En homenaje a su memoria reproduzco tres párrafos del texto, dedicados a Boris y a su esposa, Françoise:

«Esperaba con impaciencia esa cena con nuestros buenos amigos, Françoise Friedrich y Boris Khananasvili. Habían descubierto en San Pedro de Alcántara un nuevo restaurante especializado en la gran cocina georgiana y sus vinos portentosos.

Unen dos formidables culturas. La parisina de Françoise y la georgiana de Boris. Los españoles podríamos considerarnos primos hermanos de los georgianos. Como nos consideramos primos hermanos de nuestros vecinos franceses. No en vano todos fuimos romanos hace ya muchos siglos.

La historia de Georgia, cercada por Rusia al norte y Turquía al sur, es apasionante. Un país tan indómito como minúsculo, con unos cuatro millones de habitantes en la actualidad. Comparte fronteras con problemáticos vecinos; el mundo islámico y el ruso. A veces fue dominado por ambos. Su salida al mar es a través del Mar Negro. Nos han contado que sus bellos paisajes están enmarcados por las impresionantes cadenas montañosas del Cáucaso. Milagrosamente ha conservado Georgia a través de los tiempos -generalmente duros y agitados- una cultura y un idioma fascinantes. Son cristianos desde el año 337.”

Desde el dolor de la pérdida nos unimos a nuestra siempre admirada Françoise y a las familias de ambos. Y desde esta Marbella, a la que Boris siempre regresaba con tanta fidelidad como amor, un abrazo muy español. Y muy georgiano al mismo tiempo.

Que la tierra te sea dulce, Boris, hermano.