Los terremotos siguen agitando a Málaga con la misma perseverancia de los grandes lobbies en su búsqueda de un local en calle Larios. El temblor de tierra o movimiento telúrico es un fenómeno de sacudida brusca de la corteza terrestre generado, entre otras acciones, por la actividad de fallas geológicas. No pretendo mencionar las fallas en términos científicos -quiebra que los movimientos geológicos han producido en un terreno- sino la falla como defecto o falta.

El tiempo transcurre muy impaciente para el Centro Histórico, epicentro de nuestra memoria, y estas fallas tan vertiginosas lo han saturado de bares, cafeterías, restaurantes, donde el comercio tradicional parece no tener cabida. Aquel espacio donde el mostrador ejercía de vínculo con el comerciante, generalmente convertido en amigo, quien te asesoraba y aconsejaba recordando las preferencias y gustos de tu familia con una privilegiada atención. Recuerdan esa relación directa de confianza y amistad la cual rompía la barrera de la mesa alargada para adentrarnos en la trastienda donde la tertulia tenía alojamiento y la cercanía se convertía en el escaparate más atrayente.

La aprobación de un acuerdo -con el voto en contra del PP- por el que el Consistorio limitará la instalación de nuevos negocios de hostelería apuesta por el inicio de poner orden a un hábitat tan simbólico, turbado por un caos determinado por el desconcierto y la marcha gradual de los residentes.

Los problemas generados por el ocio, el ruido, la presión turística o esta gentrificación -desplazamiento de los vecinos del Centro a otros lugares- no admiten postergaciones y sí el consenso de todos para que puedan contribuir a un diseño común y equilibrado de este entorno. Vivir en el corazón de Málaga no debe ser un espejismo.