Ayer capturé un instante. Instantes hay cientos, miles, millones. Ahora mismo está pasando uno. Usted lee este artículo, lee esta línea, lee esta palabra, le da un sorbo al café y es un instante. Que se va. Y no vuelve. El instante que yo capturé no tenía nada especial. Pero era único. Por irrepetible.

Como soy muy olvidadizo y capaz de olvidar no sólo los instantes, sino también las tardes, los días, las semanas e incluso algunos años, quise fijar éste que encontré ayer. Fijarlo al folio. Capturarlo. Meterlo en la memoria, luego en el bolsillo, volver a casa e introducirlo en el ordenador para que a su vez lo meta en el periódico y ya quede enjaulado para siempre. Aunque nadie nunca lo vea. Pero lo está viendo usted. O tú. Es entonces un instante compartido. El instante que atrapé era callejero, frío, como de ciudad laboriosa en la que el capturador de instantes camina desgarbado, cabizalto, pensativo. Algo falto de energías, pregriposo. Con pájaros en la cabeza, ensueños y vista corta. Un instante en el que me fijé porque me paré, giré el cuerpo, pensé en lo que veía y comprendí que el niño que iba a cruzar la calzada con un abrigo rojo y manoplas verdes de la mano de una muchacha bonita con botas, estaría al otro lado de la calzada en pocos segundos. O sea, en otro instante. Pero yo capturé el instante en el que ambos atravesaban el semáforo y cambiaban de acera como el que muda de ánimo. Seguramente se dirigían al colegio. Una vez allí se separarían. Ella iría a vivir sus propios instantes ya sin el pequeño y el pequeño viviría los suyos entre plastilina, cartulinas, pizarrines y batido de cacao.

Como ya tenía mi instante no quise embotarme y en lugar de pensar un asunto para la columna, pensé que el instante era el asunto. Que el instante era la columna. No puede decirse que sea una columna que describa una época, claro. Pero sí un instante. Tal vez no se lea en un instante pero puede resultarle instantánea. El instante es la soldadura del tiempo. Une pasado y presente. En un instante unos pacen y otros mueren. No hay viajeros en el tiempo aunque sí viajamos de continuo de un instante a otro. Somos como un viajero fatigable. Dame un instante, dice un compañero. No es consciente de lo que pide. Mucho. Un instante es doblón de oro en una bolsa que se va vaciando.