Ahí tiene Málaga una herida abierta, que supura y exhala porquería, una tarjeta de visita indigna para la ciudad de los museos. Incluso de las tabernas si así fuera. Es la avenida de Andalucía, la Castellana nuestra, llena de boquetones, baches, cortes de tráficos, falsas rotondas, carajeras para el ciclista, el peatón y el conductor. Un sarajevismo. Desde hace años. Uf. Ya está bien.

Las obras del metro no avanzan o avanzan al ritmo que otrora fue de Málaga y que ya parecía no serlo: el de la tortuga para cualquier infraestructura, el ritmo de la confrontación política. El delegado de la Junta, Ruiz Espejo, ha hecho autocrítica, ¡albricias! Autocrítica, una ronda gratis para este hombre. Ha dicho, más o menos, que la cosa es impresentable y que tienen poca explicación para tanta gente afectada. Estancos arruinados (todo va a ser un método para que dejemos de fumar), quioscos secos, negocios en la Alameda languideciendo. Hasta Susana Díaz ha entrado en el debate. Afirma que no quiere imaginar (pero lo imagina, añadimos) que De la Torre esté haciendo todo esto (retrasar) por electoralismo. Nosotros, tozudez delatorriana aparte, creíamos que podría ser la Junta la que tuviera la tentación electoral de retrasar todo como para que en las municipales la ciudad no luciera como es debido, para que la gente (que no sabe ni tiene por qué) cuáles son las competencias de cada cual, dijera, sí, sí, mucho Pompidou pero no hay aceras en la zona más noble de la ciudad, en la gran arteria, que ahora parece una venilla a punto de romperse con esos casetones y esas medianas falsas, de plástico o de lo que sean rojas y blancas. Blancos estamos todos de bochorno. El metro no avanza o no avanza por esa zona. El metro metido en la melé política. Próxima estación: follón. Próxima estación: municipales. En todo esto se mezcla también la pelea por cómo llegará el metro al Civil. A tortas va a llegar. El lamentable estado del tramo de la avenida de Andalucía y adyacentes desmerece a la ciudad. Demasiada paciencia está teniendo el malagueño medio, el intermedio y el mediopensionista. Y las obras para remodelar y peatonalizar la Alameda, a la vuelta de la esquina. Uy, no, antes la Semana Santa.

El edificio de Correos, herido y fantasmal y el ya semidesocupado por riesgo de derrumbe inmueble de Hacienda acaban dando el toque Detroit decadente, periferia ochentera, dejadez mayúscula. Perita, vamos.