Se podía andar. Ayer no había una terraza en Málaga. No hablo de balcones. Cualquier malagueño sabe que en su ciudad terraza sobre todo significa sillas y mesas, con todo su sombrillerío y estufas o no, en la calle. La lluvia obró dos milagros, el del agua limpiando y abasteciendo este cacho verdimorao de planeta y el de vaciar las calles del centro de todo obstáculo que no fuese un charco. Y desde esa limpia perspectiva y la tregua de un necesario fin de semana también lluvioso, pasear bajo el paraguas daba para más de una pensada...

Espetos y emblanco

Un camarero demasiado joven, de esos que la recuperación de la crisis contrata todavía, en vez de profesionales que saben lo que y como lo quieres con casi sólo mirarte, intentaba introducir a empujones una gran bolsa en una de las bocas metálicas de los depósitos soterrados de la plaza de la Merced. Cuando se plantearon los contenedores soterrados, a la vista está, ya nacieron chicos. A medida que la cacareada recuperación nos ha acercado al 3,1% de crecimiento económico o PIB (datos de ayer), la hostelería ha ido sacando músculo en esta ciudad decididamente de servicios que cada vez mira más al turismo y menos a sí misma. Hay que equilibrar eso. Mejores establecimientos han ido abriendo, sin duda, aunque conviven con negocietes de usar y tirar que quizá no deberían estar en un espacio tan sensible de calidad como el casco histórico. Dos cosas más que solucionar, además de un equilibrio más sano entre terrazas y viandantes: los contenedores en superficie y soterrados, por un lado, y vigilar qué licencias se dan o no y con qué criterio si se quiere un centro de ocio y cultura gastronómica puntero.

Manojito de boquerones

Al margen de que ya hay alguna cafetería en Málaga que te cobra en bitcoin, la innovación y el tejido industrial tampoco son la panacea de un paraíso estable y sostenible en la Tierra. Ahí están Detroit, hoy eludiendo la nada tras el freno y marcha atrás de General Motors, o ciudades de Europa que tras el carbón y luego el acero siguen sin levantar cabeza. Una película como Full Monty contaba con humor y no sin amor cómo unos obreros de la ciudad de Sheffield, ya sin fábricas humeantes en las que trabajar, terminaban desnudándose en un pub a ritmo de la canción del verano. Frente al desgarro del paro a cierta edad no sólo queda la contaminación y el miedo que han producido las fábricas y ahora producen sus naves vacías, sino la esperanza, la solidaridad vecinal, la imaginación, la música y el cine.

Gazpachuelo

Hablando de cine, aprovecho mi paseo por el centro de Málaga bajo la lluvia y me pelo en Tupé. Sé que eso significará una hora de charla con Antonio, el inquieto peluquero de la calle Madre de Dios, quien lleva años luchando por resarcir a los homosexuales que fueron represaliados durante el franquismo. Y mientras me pela, Antonio me cuenta cosas. Por ejemplo, que no entiende cómo el edificio del antiguo cine Astoria no se plantea como sede definitiva del Festival de Málaga, con parada de carga y descarga de cruceristas en su planta baja, dos o tres salas de cine con escenario para las necesidades del certamen durante todo el año, un salón de actos polivalente, unas oficinas en condiciones y modernas. 20 millones le recuerdo que le ha costado al ayuntamiento hacerse con el viejo edificio y el solar. Y qué -responde raudo-. Lo pagamos todos, ¿no?, ¿qué significa eso del «ayuntamiento»? ¡Pues si eso vale hacer un contenedor cultural con menos altura que ese edificio feo, que además sirva de cierre urbanístico mejor que el que ahora tiene la plaza de la Merced y para evitar más uso hostelero y no saturar más el que ya hay, ¡poco es!...

Caldillo de pintarroja

Si somos una ciudad de servicios pues vamos a ser la de los mejores servicios. Si arreglamos y peatonalizamos las calles que vienen, la Alameda y la renovación de calle Carretería, intentemos que luego los camiones de reparto no destrocen el pavimento. Hay que solucionar también en eso. Zonas descarga de provisiones de bares, restaurantes y comercios lógicas, isletas bien pensadas y carritos adecuados que no terminan de existir o funcionar. Y si somos Málaga ofrezcamos Málaga. Hace mucho que los guiris dejaron de ser tontos. Más o menos el tiempo en que todos empezamos a ser guiris también. O sea, cuando nos acostumbramos a viajar, a pasar el día andando y para no hacernos sobaduras dejó de importarnos llevar sandalias con calcetines y ropa cómoda, aunque quizá poco elegante. Cuando aprendimos a buscar y a aprovechar en el tiempo que dura un viaje lo que cada ciudad puede ofrecernos, a buscar los idiosincrásico; cuando nos sentimos atraídos por la diferencia.

Viva Málaga

Una ciudad tiene que equilibrar también sus franquicias no locales. A veces no es fácil indicarle a un «guiri» dónde se comen platos malagueños de verdad, dónde se escucha flamenco de verdad, dónde queda una taberna con historia. Pero que Viva Málaga... Porque hoy es Sábado.