Al Tribunal Supremo le ha dado por ponerse analítico, en plan crítico de cine, como el jurado de un show televisivo de talentos. Ramón Vera, más conocido como Cassandra con dos eses, que queda más glamuroso, ambiguo, y da cierto juego al sediento imaginario colectivo, fue condenado en su día por la Audiencia Nacional a un año de prisión y siete de inhabilitación por publicar tuits ofensivos mofándose del asesinato de Carrero Blanco a manos de ETA. Ahora el Alto Tribunal le absuelve vía casacional, pero le da donde más duele a este modernillo paidofóbico al dejar claro en la sentencia 95/2018 que su humor es manido, trillado y agotado, o lo que es lo mismo, el pobre Ramón, Cassandra para algunos, sólo es la versión 2.0 del tonto del pueblo y tiene la gracia donde las avispas. Cassandra, una vez asimilada la absolución y sin percatarse del sublime guantazo sin mano, ha mostrado su alegría y alboroto en la red social autoproclamándose la Juana de Arco de la libertad de expresión y alineándose en el equipo del rapero Valtonyc y otros virtuosos del negocio.

Vaya por delante que soy contrario a penar con cárcel la manipulación y tergiversación de la libertad de expresión, pero cuando la crítica torna en injuria grave con publicidad sí merece un reproche coercitivo en forma de multa y/o trabajos en beneficio de la comunidad. Por eso me parece peligroso que el TS sea el ente encargado de graduar la hiriente profundidad del comentario objeto de litis. Dejar la imposición de una condena al albur de unas puñetas me crea, cuando menos, cierta incertidumbre, porque a buen seguro ya me habría caído más de un arresto domiciliario, y de dos.

«Quiero transmitir a los españoles un mensaje de esperanza, ETA es una gran nación. Tu bandera española está más bonita en llamas, igual que un puto patrol de la guardia civil cuando estalla» o «Que a Otegui se le tilde como un terrorista, pero quienes lo son estén en el parlamento haciendo política. A mí me toca la polla toda la AVT (Asociación de Víctimas del Terrorismo), no tienen empatía con los que no pueden llegar a fin de mes». Estos ripios, dignos de rivalizar en inteligencia y hondura con cualquier Nobel de literatura, son obra del tal Valtonyc y forman parte de un catálogo que le ha supuesto una condena de más de tres años de prisión. En este caso la justicia le ha acertado en todo el gusto al rapero, ha cumplido su anhelo, pues en su ansía por nutrir el martirologio escribió «elijo el camino que me lleva a las cadenas, porque antes como trena que vender a la clase obrera». Pues nada campeón, dicho y hecho. Deseo concedido.

En ese mismo segmento creativo se ubica otro mediático asiduo de Twitter, el otrora rapero de cabecera de Podemos, Pablo Hasel, condenado a pasar dos años a la sombra por simpatizar y pedir la vuelta de ETA, los GRAPO o Terra Lliure. Este poeta incomprendido ha pasado de posar ante las cámaras abrazado con Monedero a llamar miserable traidor a su tocayo Iglesias. Toda una carta de intenciones que muestra la fortaleza de sus convicciones y lo asentado de sus principios.

El problema es que antes escribíamos las tontunas en nuestro diario y ahora las publicamos en internet, las voceamos por doquier creyéndonos Buñuel o Aramburu, así que entiendo el cabreo generalizado de los pretenciosos que exigen vivir de la literatura, de la canción o del humor a través de su impúdica mediocridad. Comprendo que la marabunta de mindundis se rebele ante la idea de que el honor y la dignidad de un tercero están por encima de sus propias excrecencias mentales, pues ambos conceptos inmaculados edifican un muro infranqueable que les obliga a esforzarse en su afán creativo sin caer en el ultraje. Les condena a cribar, probar, pensar, en definitiva, a trabajar. Hasta huelo cierto tufo lastimeramente épico en que se les acabe el café para todos, el comer de la afrenta; pero no admito que llamen inquisidor a quien, haciendo uso de su legítima libertad, condena a esas caricaturas de insurrectos que confunden el crear con denostar y el arte con lo soez. Será que existen dos libertades de expresión y yo aún no me he enterado: la suya, digna del orgasmo intelectualoide o la aquiescencia gafapasta; y la de los demás, fascista, arcaica y puritana.

El sábado vi a Les Luthiers en el palacio de deportes. Hicieron lo que llevan medio siglo haciendo con éxito. Estos enemigos del plácet sumiso, estos alérgicos al bufón de la corte pusieron en escena un espectáculo desafiante, intemporal, valiente. Mezclaron música y literatura para hablar de sexo, de religión, del himno nacional, de violencia machista, de corrupción, y la cerrada ovación de miles de personas puestas en pie probó que no ofendieron a nadie. Hicieron humor, nada más y nada menos que eso, humor.

Mientras tanto Cassandra sigue atrapada en la tela de araña tejida por el Tribunal Supremo, abocada a escoger entre ser una sosa inteligente en libertad o encarnar un amago de provocadora fallida y condenada, muerta o sencilla. Lo de esos jueces sí que ha tenido gracia.