La mentira es cal viva que abrasa la piel de la memoria. La historia pertenece a los ojos que la contemplaron, a las manos que palparon los sucesos, a los labios que transmitieron lo que oyeron. Debiera ser un imparcial campo santo para aquellos que saben encontrar la verdad en los acontecimientos pero, por desgracia, manadas de profanadores, despreciando los hechos, exhuman cada día la historia para disfrazarla sin escrúpulo ni temor al ridículo. La alcaldesa de Barcelona, al referirse al Almirante Cervera, es un claro ejemplo de esa desfachatez.

A muchos les duele revisar la historia, como si el bisturí del reconocimiento les abriese unas heridas que más que sanar se habían taponado de arena. Es importante abrir las suturas y desinfectarlas hasta que cicatricen. La cicatrices simbolizan, por un lado el recuerdo de los caídos, ya sean de la Guerra Civil o de ETA, porque el crimen no distingue injusticias, y por el otro el triunfo de la reconciliación. Son las balizas de la experiencia que marcan el buen camino. Por ello, siempre es oportuno exhumar los errores, reconocer a las víctimas, condenar a los culpables, analizar las causas, horrorizarse con las consecuencias y cauterizar la historia dejando viva su memoria.

Hace unos días cayó en mis manos un ejemplar de Histoire de la Revolution Nationale Espagnole. Un legajo encuadernado en cuero y editado por el Movimiento Nacional en 1939 en el que, en un oportuno francés, Franco se dirigía a la Europa, aún libre del fascismo, para explicar los motivos que habían provocado el golpe de estado. Con la perspectiva del tiempo, es interesante leer sus páginas, porque de ellas se destilan verdades y mentiras mezcladas con una buena dosis de interpretación interesada. Para los inicios de aquel régimen, que se atrincheraría 40 años en nuestro país, era fundamental redirigir la memoria de los europeos con el fin de enterrar sus mentiras y sus crímenes.

Muchos años después, mientras aquella memoria comienza a ser restaurada con pinceles ecuánimes, otros van emplastando el presente con el grumo de la infamia. Los mismos intereses que eclipsaron la justicia, empañan ahora nuestra antigua historia con el vaho de sus embustes. Pretenden acuñar el presente con interpretaciones falaces que dañan la dignidad y la evolución de un pueblo. La Generalitat de Cataluña se ha convertido en una auténtica cocina de la historia (no así de la memoria), manipulando los hechos y las circunstancias, los presupuestos y las deudas, las noticias y las leyes, los símbolos y las palabras. Ya han comenzado a editar un nuevo legajo encuadernado en cuero traducido al lenguaje de aquellos que no saben leer la historia.

En Berlín existe un museo llamado Topografía del Terror, situado en el mismo lugar que ocupó la Oficina de la Policía Secreta del Estado (GESTAPO). Lo más llamativo no son las violaciones ni los crímenes en masa. Todo eso lo tenemos tan grabado en nuestra memoria que es imposible desvincularlo del nazismo alemán. Lo que llama verdaderamente la atención son los primeros años de aquel servicio de inteligencia nazi, creado para salvaguardar y publicitar la ideología hitleriana. Una asamblea nacionalista empeñada en reescribir la historia de Alemania reinterpretando su cultura; en adoctrinar y arengar un ejército de jóvenes que se paseaban disfrazados de militar por las calles aconsejando a los ciudadanos cómo debía de comportarse un verdadero nacionalista; en desprestigiar a comerciantes judíos pintando sus fachadas; en vilipendiar a militantes socialistas y comunistas y ridiculizarlos ante una masa enfebrecida de odio; en acusar de traición a periodistas, escritores y artistas con ideas contrarias a las suyas; en controlar los medios y la propaganda con cientos de mentiras repetidas que adquirían apariencia de verdad; en engañar con descaro la buena voluntad de los países europeos que permitieron su avance.

Todo eso fue mucho antes. Mucho antes de que tomasen el poder que les conduciría al callejón donde apilaron los muertos, los que ellos asesinaron y los que murieron creyendo toda aquella memoria histriónica. No basta con derramar el llanto sobre los muertos, es necesario anticiparse y reconocer el peligro en las palabras antes de que se conviertan en balas.