Opinión | Viento fresco

Me persigue una señora

En la Feria del Libro me gusta robar, fisgonear, abrazar a poetones y dar consuelo a autores pobres

Montaje de las casetas para la Feria del Libro, que se instalará en el Paseo del Parque.

Montaje de las casetas para la Feria del Libro, que se instalará en el Paseo del Parque. / Andrea Iamandi

Comienzan las ferias del libro. Está la cosa para fantasias, con la realidad efervescente que tenemos. Pero tal vez por eso hay que evadirse. Conviene darse un garbeo por alguna de ellas. Magrear volúmenes, leer solapas, llevarle café a un autor desvalido, saludar a poetones, fisgonear, charlar, comprar. Robar, incluso. Pero en las casetas de las editoriales grandes, claro. A mi me gusta ponerme en la cola de firmas de un autor de éxito mediano o escaso, para que no se desmoralice. Para que vea que la cola le ha crecido. Luego cuando me llega el turno me voy discretamente. Pero a veces se da cuenta y me llama a voces. Entonces echo a correr. Una vez una novelista casi me alcanza, porque después de correr trescientos metros me desfondé. Ella, enarbolando un boli bic verde me gritaba: no corras, que te firmo, que te firmo, cobarde. Casi me caigo pero tuve la fortuna de que ella se paró en un semáforo que estaba en rojo para los novelistas. Cuando se puso en verde yo ya había logrado coger un taxi adaptado para cronistas. La cosa no me salió muy bien, dado que me costó más el taxi que lo que me hubiera costado la novela, que según el suplemento literario que se edita en mi escalera roza la excelencia y supone un hito nunca visto en la literatura mundial de todos los tiempos, incluido el big bang.

También me gusta dar sombra. Hay autores a los que los ponen a los pobres al sol. Y van derritiéndose poco a poco, igual que sus libros, que sudan tinta y van licuando a los personajes, que acaban formando un charco. Luego la gente los pisa y ya la tenemos liada. Por eso a veces me pongo muy tieso a la vera de un firmante y procuro con mi esbelta figura darle sol, o quitarle sombra. Algunos lo agradecen levantando levemente la mano a modo de saludo, como si espantaran una mosca. Otros me dicen que me quite, que si me he creído que soy un árbol. Entonces me voy al quinto pino.

En la Feria del Libro voy a gorronear también. Una vez, parando en las casetas y cogiendo libros que no compro, en una sola tarde, me leí doce poemas, siete comienzos de novela, las solapas de catorce ensayos, la biografía de veinte autores y un montón de fajas. Los libros llevan fajas aunque sean delgados. Hay una literatura de la faja. Oye, hazme una faja, dice un amigo escritor. Y tú va y escribes: «Una historia subyugante que te llevará a un mundo fantástico». Y él la recibe la mar de contento y la pone en la portada de su libro. Yo a veces también pido faja: fájate, menganito. Y a veces menganito se faja. Y así ganamos todos. Aunque siempre gana el editor. Me voy a la Feria del Libro, un pasatiempo que no te deja indiferente.