Mientras la lluvia caía con profusión a eso de las cinco de la tarde en calle Frailes, donde se halla la casa hermandad de los Gitanos, el hermano mayor, el mítico José Losada, sonreía con preocupación cuando la cruz guía avanzaba y daba la curva hacia Peña y el agua apretaba. Crucifixión ya había decidido volverse y un chiquillo de apenas cinco años se le acercó y preguntó: «¿Vais a salir?», y Losada, con arte, le dijo: «¿No ves que estamos fuera?» y echó a reír, a lo que añadió: «No preguntes cosas que no quieras saber, que estamos nerviosos». Luego dio la orden de que el vía crucis se metiera en la casa hermandad y se sustituyera por bastones. Había quien decía «así damos de comer a los doraores» y todos hacían cábalas sobre dónde llovía más: que si en Teatinos, que si en el Parque Tecnológico (Campanillas), que si por Alhaurín de la Torre venía un frente nuboso que iba a aguar la fiesta a los cofrades... Todo el mundo se convirtió ayer en un pequeño Paco Montesdeoca con ínfulas meteorológicas, aunque lo cierto es que la espera no sirvió, porque hubo que cubrir al Señor de los Gitanos, y al manto de la Virgen de la O, con sendos plásticos.

Lo mejor -o peor para el interesado, según se mire-, vino cuando a un fotógrafo de prensa, que temía por que el agua podía dañar sus equipos, abrió un paraguas de eso impropio para él por sus pequeñas dimensiones y varios asistentes a la salida de Gitanos comenzaron a pedirle, a gritos, que lo cerrara, que eso traía mala suerte. El esforzado fotógrafo lo cerró, pero cuando apretó la historia decidió abrirlo sin temor a que nadie le dijera nada, aun a riesgo de sufrir ya insultos. Amagos hubo. Y abucheos. Luego, cuando el agua empezó a llover nadie abucheó a nadie, porque todos abrieron el paraguas. Por cierto, Losada dijo a los medios que, si lo iban a criticar, que lo hicieran por la salida. ¿Valentía? que cada uno decida. A simpatía no le gana nadie. Cuando la hermandad de la Crucifixión se hacía a la calle, con media hora de retraso, saltó la megafonía por algún error (humano, imaginamos) y se escuchó durante algunos segundos la sintonía de una emisora musical, algo que no pega mucho con Semana Santa. Fue un instante. Después todo transcurrió con normalidad.

En Santo Domingo, la joya del Perchel, algunos hombres de trono llegados a última hora, que a su vez venían de no salir ayer -o de tener que volverse- por el dichoso aguacero del mediodía del Domingo de Ramos, aseguraban, al ser preguntados por los capataces y mayordomos sobre sus ganas de trabajar bajo el varal: «Vengo con hambre, sólo te digo eso», lo que prometía con seguridad una esforzada estación de penitencia. Ya fuera de la iglesia, algún padre se cabreaba con los periodistas porque hacían fotos delante de su hija pequeña, convenientemente sentada en su carrito. Incluso, amenazó con liarse a guantazos. Suponemos que finalmente no se los dio él mismo al meter a una niña de tan corta edad en semejante marejada de personas.

La tarde del Lunes Santo cayó sin agua pero despacio, con un retraso generalizado en los horarios, tal y como les contó este periódico en su cuenta de Twitter. A las nueve de la noche, aún había algunos agoreros hablando de lluvia, de frentes tormentosos que venían por Fuengirola. No sacaremos el paraguas por si acaso.