Don Bosco en todas las cosas y en todas las obras. En la labor docente, en las catequesis y en la forma de entender la vida. También en la penitencia, cada Miércoles Santo, y cada día en la hermandad capuchinera del Cristo de las Penas. Se hacía a las calles con el sol en todo lo alto. Los nazarenos desde el Santuario de María Auxiliadora. El trono, en el que el Señor nos llega a su Madre, la Virgen, desde su tinglao en la calle Pastora. Todo cronometrado. Todo preciso. Hasta la marcha interpretada por la magnífica banda de cornetas y tambores del Cautivo, que repetía un año más tras el crucificado. Este año parece además que ha sido la última del tinglao, ya que se han iniciado las obras en la parcela donde se construirá la casa hermandadñ.

Público numeroso en la salida, sobre todo familia de los nazarenos más pequeños que se disputaban los escasos espacios de sombra. La reciente poda de los naranjos de Eduardo Domínguez Ávila no ayudaba a encontrarlos. Sin prisa pero sin pausa, el cortejo mantenía una perfecta compostura fúnebre y avanzaba en dirección a la plaza, donde aguardaban con sus guiones el Dulce Nombre, el Prendimiento y la Pastora. El redoble era incesante. La marcha alargaba la mecida. Flores variadas, moradas y rojas, a los pies del Calvario del Ecce Mater, que ya bajaba Capuchinos hasta la capilla de la Piedad, con la brújula marcando la Catedral.

El ángel situado en la cola del trono portaba un lábaro con la palabra 'Pax', así como símbolos que venían a recordar la persecución que sufren los cristianos, uniéndose al movimiento impulsado por los padres trinitarios para recordar el sufrimiento de la comunidad cristiana en muchos puntos del planeta.