«Virgen de los Dolores / madre del Redentor. / Atiende a tus fieles hijos / dadles vuestra bendición». Las dulces voces de las monjas rasgaban el silencio de la plaza de Arriola, pese al numeroso público presente para asistir a esta visita del trono de la Virgen de los Dolores de San Juan. El respeto es absoluto y sólo se escucha el canto religioso, el roce de los pies de los nazarenos en el asfalto y, poco antes, la música de capilla interpretando Silencio penitencial. La archicofradía ha sabido imprimir un sello inconfundible a la procesión, que se transmite al público malagueño, que busca y respeta precisamente esto.

Esto se apreció en la calle Carretería. Obviada durante años por muchas cofradías para evitar conflictos y problemas, la archicofradía de la parroquia de San Juan recuperó esta vía en su itinerario de vuelta, tras el Sepulcro. La experiencia fue positiva y no se registraron problemas. La procesión marchó compacta y ganándose el silencio y respeto de la mayoría del público. Quedan aspectos por limar, pero nada que sea grave o conflictivo. La mayor queja de la hermandad es el paso por Uncibay y Méndez Núñez, donde considera que hay demasiado ruido y paso de personas por la acumulación de bares.

Más allá de este cambio de recorrido y las dudas previas al comportamiento del público en Carretería, la procesión del Cristo de la Redención y la Virgen de los Dolores estuvo plagadas de momentos de verdadero espíritu nazareno y coherente con el mensaje evangélico que predican.

El ruán y el esparto se convirtieron en una llamada a vivir la pobreza. Los altos cirios, en símbolo de esperanza en la oscuridad. Los tronos eran dos libros abiertos contando el mensaje de la salvación; mientras que los lirios morados anunciaban el duelo y los claveles blancos de la Virgen, el dolor de una madre que brilla por su pureza ante la maldad.