La Archicofradía de Pasión no se desprendió por gusto del cireneo que ayudaba a Jesús a soportar la cruz, obra del histórico imaginero sevillano Antonio Castillo Lastrucci. «No fue una decisión estética», recuerda el profesor Juan Antonio Sánchez López. De hecho, en los tiempos en los que no procesionaba el Cristo de Ortega Bru, «quien le daba dignidad al conjunto escultórico era el cireneo».

Fue una cuestión de conservación: «Hay un momento en el que hubo una fractura en el tobillo de la talla y los supervisores de la cofradía fueron tajantes: no podía salir porque el cireneo corría el riesgo de que se cayera en la calle». Por este motivo, subraya el profesor, la archicofradía, «que hoy sigue teniendo un extraordinario respeto al cireneo original de Castillo Lastrucci», encargó una nueva talla.

Es entonces cuando la hermandad retoma un proyecto enraizado en el autor de la talla de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, el imaginero gaditano Luis Ortega Bru: «Una familia de la hermandad tenía un regalo del propio Ortega Bru, el boceto de un cireneo». Este boceto se le entrega a Darío Fernández Parra, «no para que lo copie sino para que lo estudiara y dentro de su óptica y método de trabajo intentara ver cómo podía hacer una figura que, siendo una obra personal, al mismo tiempo y teniendo en cuenta el boceto de Ortega Bru armonizara con el Señor».

A juicio del experto en Historia del Arte este objetivo «se ha conseguido completamente» como demuestra la fusión artística que a su juicio ofrece la obra: «Demuestra una sensibilidad exquisita. Supo captar lo que se pretendía: es una obra personal de él, como se ve en la expresión más dulce, más tierna del personaje, no es algo propio de Ortega Bru que es un artista más dramático y torturado». En resumen, «es como interpretar a Ortega Bru», y lo demuestran los rasgos más epidérmicos como la barba, la cabellera o la complexión, «pero a nivel expresivo la mirada es algo propio de Darío Fernández Parra».

El profesor aprovecha para subrayar su preferencia porque un grupo escultórico se configure con obras de distintos artistas. «Hay opiniones contrarias pero yo soy muy partidario o por lo menos que el titular sea una pieza distinta al resto» porque «las composiciones son más redondas cuando hay por lo menos dos manos».

Además, la obra actual, destaca, tiene más alicientes que la anterior a pesar de la enorme calidad del cireneo de Castillo Lastrucci. «Hay que tener en cuenta que el Cristo de Ortega Bru mide 1,80 y la figura de Castillo Lastrucci es muy digna pero pensada para el otro Cristo, que era una figura muy limitada».

Por eso, la obra de Darío Fernández Parra consigue servir a la perfección de soporte a la diagonal que marca la cruz.

Juan Antonio Sánchez López llama también la atención sobre los pies de Simón de Cirene: «Supo captar muy bien la poética neomanierista de Ortega Bru, la figura es como una espiral, una helicoide. Desde los pies va subiendo en espiral y el cuerpo se va girando hasta terminar en la cabeza».

También resalta las vestiduras con vueltas en seda, elección del imaginero: «Quería darle un toque propio de los nacimientos napolitanos, un toque popular aristocrático».

En resumen, estamos ante un acertado ejercicio de aproximación a Ortega Bru de un artista «completamente diferente».

Simón de CireneDarío fernández parra, 2010

1. Modelo. La Archicofradía le entregó el boceto de un cireneo de Ortega Bru, autor del Cristo. Darío Fernández Parra supo interpretar a Ortega Bru sin olvidarse del darle un toque personal.

2. Rostro. Parece fusionar a Ortega Bru y Darío Fernández Parra a la perfección, pues sello personal del autor es la expresión más dulce y tierna del cireneo y como homenaje a Ortega Bru tenemos la barba y la cabellera.

3. Vestiduras. El propio escultor eligió las vestiduras para el cireneo con terciopelo y vueltas en seda para recordar los nacimientos napolitanos.