Poner una cofradía en la calle no es fácil. Y hacerlo bien es mucho más difícil. El pasado Viernes de Dolores y el Sábado Santo asistimos a la constatación de estas afirmaciones. Los grupos parroquiales, asociaciones de fieles, o grupo de amigos más o menos organizados han proliferado desde hace unos años a esta parte. Parece que el germen cofrade está creando nuevas hermandades, mientras que algunas de las existentes se encuentran con dificultades para llenar los puestos en los tronos. Sobre las filas de nazarenos, ni hablamos.

El esfuerzo de estos nuevos grupos es encomiable. En muchas ocasiones con una ilusión que sobrepasa sus medios y su experiencia, lo que no impide ese atrevimiento de juventud que tantas cosas puede conseguir. No todas buenas. En estas vísperas he visto cortejos inexistentes o completamente deslavazados, imágenes de dudosa calidad, incluso con arreglos improvisados en medio de la procesión con el vestidor subido al trono... El listado puede ser tan largo como deprimente.

No se trata de que todo vaya medido desde la primera salida, que la perfección se alcance con el primer pensamiento de crear una cofradía. No. Se trata de que se empiece por el principio. Por crear un grupo de trabajo, por ver mucha Semana Santa, por pensar las cosas y que, en el fondo, el motor sea una devoción a una imagen y a una advocación.

Porque lo primero que hay que preguntarse es: ¿se sale en procesión por hacer una demostración pública de fe o para sacar un trono? Si la respuesta es la segunda, en algo nos hemos equivocado.

El problema de la imagen que dan algunas asociaciones en la calle es que el movimiento cofrade termina pareciendo un juego, haciendo un flaco favor al resto de cofradías y a la propia Iglesia.

Al final, no importa si se va con una banda que ha costado el dinero que no se tiene, y está entre las mejores, si no se es capaz de montar un cortejo mínimamente digno y estructurado. Da igual que se recorran las calles del Centro si la impresión del público es negativa por falta de orden y sentido. Es intrascendente que la imagen sea una talla anónima con más de 300 años si no está al culto. Porque hay que empezar a diferenciar entre la devoción y la afición. La aspiración de «crear» una cofradía y la aspiración de «tener» una cofradía. Una se entrega a la ciudad con el sentido de evangelizar, la segunda sólo sirve para llenar nuestro ego con cargos para repartir entre los amigos.

Con esto no quiero decir que todas las iniciativas no agrupadas sean malas. Ni que lo estén haciendo mal sin paliativos. Sólo que haya una reflexión sobre lo que significa poner la imagen de un Cristo o una Virgen en la calle. No es un juego.

Estas ideas, no obstante, no son algo que se asuman sólo en los comienzos de una cofradía. Si no que tienen que estar presentes en el día a día, para que no se olviden. Las hermandades, en muchas ocasiones, no hacen honor a esta denominación y nos perdemos en peleas estériles. Esto nos pasará factura, si no lo está haciendo ya.