Túnicas repartidas, enseres abrillantados y marchas ensayadas, a diez días del Domingo de Ramos sólo resta celebrar los últimos cultos cuaresmales, oír el pregón, exornar tronos y empezar a trasladar imágenes.

Mientras se montan tribunas, hoteleros y vendedores de globos, miles de empresarios y asalariados aguardan que la Semana Santa vuelva a generar en Málaga los 89 millones de euros que su impacto económico supone, según la Cátedra de Estudios Cofrades de nuestra Universidad. No es poca cosa. Máxime, si se considera que la Junta de Andalucía eleva la cifra a 360 millones en la región. Se comprende que surjan empresas que comercializan la Semana Santa. ¡Y de qué forma!...

En una web de visitas turísticas pueden leerse perlas tan magnas como que su «ruta Calvario» parte de «la plaza de la Merced, lugar de nacimiento del gran pintor Picasso, el cual daría vida años más tarde a su gran obra la Paloma de la Paz, cuya obra comenzó a crear un ambiente cofrade en el conocido barrio de la Victoria». Literal.

Con razón la Agrupación de Cofradías creó un curso de cicerones. Puestos a comercializar nuestras manifestaciones religiosas, al menos que sea sin sandeces.

La fe cristiana como expresión pública es cultura, y la imparable mercantilización de nuestra cultura ya roza el esperpento. Las vísperas, más que de la conmemoración de la Pasión del Señor según nuestra tradición, parecen una feria de muestras folclóricas.

Algunos piensan que el negocio en torno a la Semana Santa es vacuna contra toxinas anticlericales, y por eso hablan más alto de sinergias económicas que de catequesis callejera. Sin embargo,

a la larga, acaso pueda ser más perniciosa la infección mercantil que la fobia ideológica.

Más que las estadísticas de consumo y pernoctaciones en Semana Santa, a mí me interesaría conocer alguna sobre conversiones, o al menos sobre experiencias religiosas vividas ante o en cualquier procesión. ¡Ese sí que sería un buen test de productividad cofrade! Aunque, pensándolo mejor, tal vez antes convendría someternos a un control de calidad espiritual. A diez días del Domingo de Ramos, me digo, aún estoy a tiempo de prepararme a tal efecto. Quizá, si escucho más a Dios que a la banda, acabe comprendiendo por qué la Pascua culmina y trasciende la Semana Santa.