«Un problema de la Iglesia es que hay demasiados monseñores y monseñoritos», afirmaba hace años cierto jesuita y teólogo andaluz. Sin embargo, en el futuro serán menos los eclesiásticos con el título honorífico de «monseñor» o de «reverendo monseñor» -unos 15.000 en la actualidad-, ya que el papa Francisco acaba de recortar drásticamente la concesión de honores pontificios, que conllevan el uso de dicho título y cuyo origen data de la antigua corte pontificia, la estructura de cargos y funciones que rodeaba al Papa como monarca de la Iglesia. Hasta su abolición en 1968, mediante una reforma ejecutada por Pablo VI, la corte pontificia era la más antigua, solemne y fastuosa del mundo.

Respecto a los monseñores, hasta el presente la Santa Sede otorgaba tres títulos honoríficos a sacerdotes diocesanos que se distinguían por sus servicios a la Iglesia: o protonotario apostólico supernumerario, o prelado de honor de Su Santidad, o capellán de Su Santidad. A partir de ahora, sólo permanecerá vigente el de capellán de Su Santidad, moderna denominación de los antiguos camareros secretos de Su Santidad, un puesto honorífico perteneciente a la vieja corte pontificia. Además, la concesión de dicho título se restringirá a eclesiásticos con más de 65 años, mientras que hasta la fecha podían recibirlo los clérigos con al menos 35 años de edad y cinco de sacerdocio.

Recibir cada uno de dichos honores suponía para el sacerdote gozar de varios privilegios. Primero, el de utilizar el título de «monseñor». Segundo, formar parte de la familia pontificia -nuevo nombre de la corte pontificia tras la citada reforma de Pablo VI-, lo que significa que en caso de acudir al Vaticano ocupan puestos especiales en los actos litúrgicos y civiles del Papa. Tercero, el uso de una vestimenta eclesiástica específica: la sotana «filetatta», ribeteada en morado y con ojales, botones y fajín del mismo color. Y cuarto, que su nombre figura en el anuario pontificio, el grueso volumen que cada año publica la Santa Sede y que recoge los datos principales de la curia romana y de la Iglesia en todo el mundo, así como la nómina de cardenales, obispos, oficiales de los dicasterios, cuerpo diplomático y eclesiásticos con distinciones de honor.

Estos últimos son los varios miles de miembros de la familia pontificia repartidos por todo el orbe católico. Cada anuario pontificio de los últimos años dedica más de 400 páginas al índice alfabético de personas. Son más de 25.000 nombres de eclesiásticos y laicos relevantes en la Iglesia. De ellos, alrededor de 10.000 nombres corresponden a los cardenales, a los aproximadamente 5.000 obispos del mundo, a los nuncios y personal diplomático y a todos los oficiales de la curia vaticana o miembros de dicasterios y organismos de la Santa Sede. El resto, unos 15.000 nombres, son los de aquellos eclesiásticos que han recibido los referidos honores de protonotario, prelado de honor o capellán de Su Santidad.

En consecuencia, con menos monseñores, el tamaño de la familia pontificia disminuirá en los próximos años y también lo hará el dinero que la Santa Sede percibía por la concesión del título, ya que solía conllevar que el obispado solicitante enviaba una limosna al Vaticano.

La medida restrictiva del Papa Francisco no tiene efectos retroactivos, de modo que los «monseñores» seguirán gozando de su título, del mismo modo que dicha denominación sigue vigente para los arzobispos y obispos, para los vicarios generales de las diócesis y para determinados oficiales de la curia romana y del cuerpo diplomático de la Santa Sede. La reforma de los honores pontificios ha coincidido además con la carta que el Papa ha remitido a los 19 cardenales que creará en el consistorio del próximo día 22 de diciembre, entre ellos el español Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito de Pamplona.

Dicha misiva refleja el espíritu de Francisco con respecto a los nombramientos eclesiales, ya que les advierte de que «el cardenalato no significa una promoción, ni un honor, ni una condecoración; es simplemente un servicio que exige ampliar la vista y agrandar el corazón. Y aunque parezca una paradoja, este poder observar más lejos y amar más universalmente con mayor intensidad se puede obtener sólo siguiendo el camino del Señor: el camino de la humildad, convirtiéndose en siervo».

No obstante, la reforma de los «monseñores» ha sido una pequeña poda en comparación con la ya referida de Pablo VI, quien el 28 de marzo de 1968, a los cinco años de su Pontificado, promulgó el «motu proprio» -documento sobre materia organizativa a voluntad del propio Papa- titulado «Pontificalis domus» («La casa pontificia»). En dicho «motu» abolía el antiquísimo nombre de corte pontificia, un concepto que hunde sus raíces en la corte imperial romana.

Menos corte y más casa

Pablo VI deseaba que su entorno fuera menos corte y más casa, una idea con la que sintoniza en el presente el papa Francisco, admirador de dos papas del siglo XX, el citado Montini y el predecesor de éste, Roncalli, Juan XXIII. La casa pontificia de Montini pasaba a ser el conjunto de «personas fieles, idóneas y capaces» al lado del Papa. Asu frente se colocaba un prefecto cuya misión es ordenar la antecámara del Papa, organizar sus audiencias o cuidar del orden de precedencia y protocolo de la capilla pontificia y de la familia pontificia, así como del colegio cardenalicio o del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. El actual prefecto de la casa pontificia es el arzobispo alemán Georg Gänswein, quien al mismo tiempo es el secretario del Papa emérito Benedicto XVI.

La casa pontificia se divide en «la capilla pontificia y en la familia pontificia eclesiástica y laica», explicaba Pablo VI. La capilla es el conjunto de personas que son convocadas con motivo de las celebraciones litúrgicas de relieve (Pascua, Navidad, canonizaciones, etcétera), mientras que la familia pontificia se reúne para las ceremonias civiles, caso de audiencias oficiales como la recepción de un soberano, de un jefe de Estado, de un jefe de Gobierno o la presentación de credenciales de los embajadores. Existe una estricta jerarquía en la familia pontificia, que está encabezada por el sustituto para los asuntos generales (Secretaría de Estado), seguido del secretario para las relaciones con los estados (Secretaría de Estado), del limosnero de Su Santidad, del presidente de la pontificia academia eclesiástica y del teólogo del Papa. Siguen a continuación el colegio de protonotarios apostólicos numerarios (un cuerpo administrativo de la curia) y los protonotarios honoríficos y los prelados de honor. Estos dos últimos grupos están ahora llamados a la extinción. Los «monseñores» se encuentran en retirada.