Sobrio, discreto, pero rodeado de libros y útiles de escritura. Así era el pequeño apartamento de La Cala de Mijas en donde pasó sus últimos inviernos, alejado del mundanal trasiego de la ciudad y de los medios de comunicación que a cada momento buscaban su opinión para cualquier asunto concerniente con la integridad del ser humano. Él mismo decía que era feliz allí. Aunque llegó a Mijas por un particular incidente en un aeropuerto.

Antes de Mijas, nos contaba en una entrevista a La Opinión de Málaga en diciembre de 2011, solía ir a Tenerife en su particular retiro de invierno. Pero a raíz de los atentados del 11-S decidió cambiar de destino tras sufrir en sus carnes la extremización de las medidas de seguridad. «Me hicieron quitarme el cinturón y tuve que cogerme el pantalón con la mano para que no se me cayeran», se quejaba.

Desde entonces, decidió que la Costa del Sol, y más concretamente, La Cala, reunía todos los requisitos para vivir sus últimos días. Allí, como así lo deseaba, pasaba desapercibido para quien quería. Refugiado en su particular atalaya para los periodistas, políticos y demás personalidades, pero abierto para todo aquel que que quisiera respirar el mismo aire de normalidad del que él siempre trató de llenar sus pulmones.

Era conocido de sobra en el entorno. Tanto como respetado. Si se preguntaba por él a los vecinos, en la cafetería cercana a su apartamento, o en correos, solían contestar con una afable sonrisa de cariño para el que sabían que no era un vecino cualquiera.

Donde más lo conocían era en el restaurante al que él y su esposa solían ir con bastante frecuencia, unos cuantos metros de su apartamento. Sus propietarios siempre afirmaron mantener un trato más que cordial con él. Lo mismo decía Sampedro, que los reconocía como «gente muy servicial en el buen sentido de la palabra».

Por las mañanas solía dedicar su tiempo a releer viejos libros y manuscritos propios; a la hora de comer, solía pasear hasta el citado restaurante y volver sobre sus pasos para pasar los últimos momentos del día descansando junto a su mujer.

Precisamente, ella era quien cuidaba de él debido a su avanzada edad. «Me lo hace todo mucho más fácil», confsaba en la entrevista a este diario. Extremadamente celosa de su bienestar, Olga Lucas era quien atendía y administraba las citas inoportunas de admiradores y periodistas que llegaban hasta la puerta de su casa en busca de las palabras de su marido. A regañadientes, pero siempre con una sonrisa, finalmente aceptaba compartir la sabiduría del escritor con quien así lo pidiera.

Con la grabadora apagada, José Luis Sampedro confesó ser un ferviente admirador del estilo de juego del Barça de Pep Guardiola. Especialmente maravillado lo tenían el juego de Messi e Iniesta: «Tan pequeños como son pero que llegan regateando hasta el portero».

Por su parte, desde el Ayuntamiento de Mijas, la teniente de alcalde de La Cala, Silvia Marín, no quiso dejar pasar la ocasión ayer de recordar la figura del humanista y su paso por el núcleo urbano.

«Siempre estuvo muy involucrado con todos los caleños y con la actividad del municipio, intentando compartir sus conocimientos con los vecinos. Todo el mundo tiene buen recuerdo de él», dijo.

Marín aseguró que el pasado verano, el equipo de gobierno pensó poner el nombre a una de las calles de La Cala. «Pero, entre una cosa y otra, la idea se quedó parada. Ahora es una idea que no se descarta», aseveró.

Ayer se supo que se fue de este mundo. Lo hizo como vivió: sin ruido pero dando su última lección de humanidad. Las mismas que los propietarios y clientes del restaurante al que solía ir a comer en La Cala de Mijas o el cartero que le daba sus cartas aprendieron de él.