En un mundo que nacía a la modernidad, a caballo entre dos siglos, Gustav Klimt revolucionó la pintura con cuadros ornamentados en oro. Sus excepcionales retratos femeninos documentan el auge de la burguesía. La obra de Klimt refleja la transición de la época Ringstrasse hacia los comienzos de lo abstracto. Era un tiempo de fuertes cambios, Alemania y Austria tenían la supremacía de la ciencia y el conocimiento. Bajo el imperio de los Habsburgo florecían las artes y el pensamiento. Freud practicaba el psicoanálisis en su consulta de la calle Berggasse de Viena, donde desarrollaba sus teorías sobre la histeria y la interpretación de los sueños y Einstein trabajaba en lo que más tarde sería conocido por la teoría de la relatividad. Los escritores del imperio austrohúngaro, Stefan Zweig, Karl Kraus, Hermann Broch, Joseph Roth o Robert Musil eran admirados. Los teatros de ópera representaban El anillo del nibelungo, de Richard Wagner y la música oscilaba entre el romanticismo de Mahler y la vanguardia atonal de Schönberg.

La Viena que empezaba a ser racional con el arquitecto Otto Wagner, entonces una metrópolis de dos millones de habitantes, competía con París y Londres. Entre fuertes disensiones nacionalistas, todo aquello duró lo que podía durar y las guerras, una tras otra, establecieron su dramático compás.