¿Es diferente hacer teatro en Argentina que en España?

Hacer teatro es lo mismo allí donde haya un escenario, pero la recepción sí tiene sus matices. Cada sociedad tiene elementos inherentes a su forma de vida y su humor y eso hace que una audiencia reaccione de manera diferente.

¿El público español se ríe más, entonces?

Se divierte más de lo que esperaba y eso es saludable. Si uno puede atravesar los conflictos del escenario, divertirse y luego irse pensando y con una discusión entre manos, la tarea es completa. Es lo que pretende el teatro, que la cosa esté viva.

¿Es maniático antes de salir al escenario?

No. Tengo dos o tres manías, pero tan enmascaradas que casi ni las descubro. Sí que con el tiempo me he tomado afortunadamente la costumbre de llegar pronto al teatro. De jovencito, llegaba sobre la hora y hasta me parecía divertido. Ahora tengo más prevención para relajarme, estar tranquilo, tomar un café, ocuparme mentalmente del papel antes de la representación. Me da mucha tranquilidad.

¿Por qué regresa al teatro cuando hace de oro todo lo que toca en el cine?

Porque es lo que más me gusta. Los actores nos sentimos vibrantes sobre el escenario. El método de trabajo en el cine está tan parcelado que no nos permite disfrutar, salvo en rarísimas ocasiones. En el teatro tenemos un poco más de injerencia. Cuando se abre el telón, la responsabilidad recae casi exclusivamente sobre el actor y eso le otorga una importancia y profundidad que no hemos conseguido en el cine, que depende de muchas manos. El vértigo en directo es irremplazable.

¿Y la televisión? ¿Le queda ya muy lejos después de toda la que hizo de joven?

Es verdad que hice demasiada, pero no tengo nada en contra. Lo que pasa es que no tengo tiempo. Si aparece algo atractivo, no tengo ningún prejuicio, pero hasta ahora no ha sido así.

¿Le queda algo por hacer?

De todo… Tengo muchos planes.

¿Profesionales?

Soy más ambicioso como persona que como actor. Por muy simples que sean, tengo planes. Por ejemplo, estoy esperando a terminar la gira para dedicarme a mí. Me quiero dedicar a un señor que se llama yo.

¿Y a la política, no?

Ni borracho.

Vamos al cine: ¿está sorprendido por el éxito de Truman?

Sí, porque la temática podía asustar a la audiencia y no ha sucedido. La maravilla con Truman está siendo el boca-oreja. ¿Sabe que se están adhiriendo salas para proyectarla? Eso es muy poco frecuente y lo ha conseguido la gente.

Oiga, ¡qué difícil es morir con dignidad!

Sí, lo es. Y también es difícil vivir con dignidad, porque nos ponen un montón de obstáculos y trampas en el camino que hay que andar sorteándolos. En esta vida todo es difícil, incluso morir.

¡Y qué difícil es esto de la masculinidad, llena de represiones y limitaciones! ¿no?

Y sin motivo real… Pasa entre padre e hijos, compañeros, amigos… Hay como un freno a la hora de mostrar el plano emocional y no entiendo el porqué en el siglo XXI. Cuando vemos por televisión tantas cosas, no sé por qué no las contrarrestamos con un poco de afecto y cariño.

Javier Cámara dice que de mayor quiere ser como usted...

[Ríe] Y yo también quiero ser de mayor como él.

Habrá que ver quién es el mayor…

Yo, yo, mucho mayor. Javier se la pasa todo el tiempo gastando bromas. También dice que está en Primero de Darín, como si yo fuera una asignatura… Es muy creativo y gracioso, con una energía increíble, un compañero inigualable.

Es momento del Goya ya, ¿no? Es momento de hacer historia.

No sé. Yo no me meto en esas cosas porque siempre sales herido o decepcionado. Mejor que lo piensen otros.

A ver, ¿entiende mejor España ahora que cuando llegó por primera vez?

Creo que un poquitito más. Tampoco me voy a hacer el experto. Pero cuando llegué estaba deslumbrado. Aquí habían estrenado El hijo de la novia y Nueve reinas y me sentí muy bien recibido y acogido. Luego de los años transcurridos y de haber podido caminar por las calles de este país, me siento no como si hubiese nacido acá, pero estoy cerca.

¿Qué hubiera sido de la vida de Ricardo Darín sin El hijo de la novia? Lo habrá pensado...

Por supuesto. Pero no solo sin El hijo de la novia, sino sin Campanella. Ha hecho tanto por mí desde el primer minuto. Ha sido muy generoso conmigo. A veces uno comete el error de olvidarse de las cosas importantes con el tiempo. Yo no pienso hacerlo.

Un compatriota, el director de teatro Pablo Messiez, decía hace unos días que para un argentino, que está en crisis desde que nació, esta de aquí le parece poca cosa...

¡En esa trampa no vuelvo a caer! Ya lo dije y me valió muchas críticas… Se lo explico en pocas palabras: nosotros salimos de una crisis y nos metemos en otra, y esa dinámica nos ha hecho perderle un poco el respeto a las crisis. Esa es la diferencia. Nada más. Aquí apareció una crisis bestial después de mucho tiempo sin conocerlas y dejó a todo el mundo estupefacto. Ese es un efecto indeseado, porque uno tiene que salir a buscarse la vida igual que antes.

La pregunta que más veces le habrán hecho: ¿cuál es el secreto para dotar de humanidad todo personaje que toca?

Creo que ponerle cuerpo. Siempre trato de descubrir 3 ó 4 cosas iniciales de un personaje: cómo piensa, cómo siente, cómo mirara determinadas cosas y qué opinión tendrá. Empiezo a establecer así un circuito que me acerca a como yo creo que podría ser. Y en ese trabajo me da la sensación de que me acerco a su humanidad y veo si él y yo tenemos algo que ver. Si descubro que estamos alejados me pongo muy contento porque es la parte que más gusta a todos los actores: la posibilidad de construir un personaje que no se te parezca.

O sea, que al verdadero Darín no lo hemos visto aún…

Un poco sí, porque es como espiar por la mirilla. Los espectadores descubrimos detrás de la sucesión de personajes un pedacito del actor que los compone y creemos que lo conocemos mejor que nadie.