El ecuador del Ciclo de Conciertos de Órgano, que organizan la Universidad de Málaga y el Cabildo de la Catedral, nos acercaba este miércoles dos escuelas -italiana y española- unidas por un instrumento de la mano del barcelonés Juan Paradell Solé. Alumno destacado de Montserrat Torrent y Miserachs es titular de la Capilla Musical Pontificia Sixtina y de la propia Basílica de San Pedro. En su talento descansa la pulcritud de las grandes celebraciones vaticanas y como intérprete roza la emoción del oyente. Paradell ofreció un programa agrupado en tres bloques entre el alba del barroco, sus luces, y el nuevo estilo encarnado por Haydn.

Comenzó el periplo con una Ensalada de Aguilera de Heredia, el eslabón clave entre Cabezón y Correa de Arauxo, en la que es apreciable la rigidez de los cánones polifónicos en contraste a la flexibilidad que maneja Haydn desde los márgenes del clasicismo. La sobriedad que reviste la página estuvo enfatizada por el tono preciso, en ocasiones alargado y puntiagudo marcado por la lectura del organista barcelonés. Todo un pórtico de entrada al grupo de anónimos italianos y españoles imprescindibles antes de adentrarnos en las profundidades de la obra Pablo Bruna. En estos anónimos contrasta la visión más cristalina y evocadora italiana en oposición a la rigidez de una gloria ya pasada incapaz de ocultar el despertar de un nuevo lenguaje de calado internacional de la escuela española.

Del conocido como El ciego de Daroca Paradell nos acercó su Tiento de 1er. tono de la mano derecha, partitura de extraordinaria riqueza donde la mano derecha del solista asume la interpretación y relega la izquierda al discreto acompañamiento; lejos de artificios y pretensiones en el hilado de los temas, en los que también concurre cierta libertad para el solista, momento de lucimiento que enlaza perfectamente con el virtuosismo que borta de los maestros italianos del barroco, en especial Tartini y Marcello. Discípulo destacado de Corelli, Tartini presenta en el Largo en sol mayor motivos más contrastados que permite la forma sonata, punto formal de partida que a pesar de la concreción en el concierto, Marcello no duda en reivindicar a través del tamiz de J. S. Bach. La frescura y el torrente creativo de Haydn protagonizarían el último bloque del concierto de corte distendido y festivo que no oculta su tono danzante de las 8 piezas para un Flotenuhr y que sirvió de colofón a este viaje sonoro nada improvisado, en su aparente eclecticismo, sin ocultar los vasos comunicantes del extenso repertorio puesto en valor por el maestro catalán Juan Paradell al público que abarrotaba la Catedral de la capital. Música de hondas raíces capaces de conmover y llegar al corazón.