La manera de actuar de Francisco de la Torre ante el futuro inmediato del Centro municipal de Arte Contemporáneo (CAC), cuya concesión a la empresa de Fernando Francés termina en abril del próximo año, resulta más que sorprendente. El alcalde sostiene férreamente que no quiere una gestión pública. Que considera más adecuado que el destino del centro permanezca en manos privadas. Cree que la fórmula de estos años ha funcionado muy bien y por tanto no tiene intención de cambiarla, aunque se le ve incómodo cuando se le pregunta por la poca transparencia en la gestión del espacio, por esas ventanas tintadas que impiden ver qué se hace y deshace con los cerca de 30 millones de euros que el Ayuntamiento ha ingresado al gestor para que capitanee el CAC durante la última década. Sí, han leído bien: los malagueños hemos pagado casi 30 millones de euros a una empresa de Cantabria para que haga funcionar el CAC. Los buenos ciudadanos aplauden el éxito del centro sin mirar más allá. Y hacen bien: disfrutar de artistas de calidad es algo maravilloso y el fin para el que fue creado el centro. Los malos malagueños, los que además de felicitarse por los logros alcanzados se preguntan por los entresijos del funcionamiento del museo, se han topado desde el principio con un muro infranqueable. El muro desde el que nace la sombra de la duda.

Una duda que, curiosamente, también se ha ido formando fuera de Málaga (hay malos malagueños por todos lados). En 2015 y 2016, sendos informes elaborados por la Fundación Compromiso y Transparencia señalaban al CAC como uno de los museos menos transparentes de España. Francés, así suele actuar cuando el aire le viene racheado, descalificó el procedimiento de esos análisis y puso un nuevo logro sobre la mesa: el CAC es de los museos más valorados en Facebook. El alcalde, como era previsible, ignoró los informes nacionales destinados a impulsar el buen gobierno, la transparencia, la rendición de cuentas y el impacto social de las instituciones, y aplaudió los muchos likes del caralibro. Tampoco parece que De la Torre quiera saber cómo la marca «CAC Málaga» nunca ha pertenecido a la ciudad, sino a la empresa de Francés, razón por la que su partido fue el único en votar en contra de la propuesta presentada por Ciudadanos en el pasado pleno municipal para invertir esta situación.

Ciudadanos, por cierto, tampoco quiere debatir respecto a la gestión privada del CAC. Juan Cassá y los suyos hicieron posible el desmantelamiento del Instituto Municipal del Libro izando la bandera del ahorro, pero en sus planes no entra solicitar una gestión pública del CAC. Ni a PP ni a Ciudadanos les parece una idea lógica que la Agencia Pública para la gestión de la Casa Natal de Pablo Ruiz Picasso y otros equipamientos museísticos y culturales, creada en 2014 con el fin de elaborar una gestión museística unificada que abaratase las partidas presupuestarias destinadas a tales efectos, abrace la gestión del centro de arte contemporáno a partir de abril de 2018. ¿En qué quedamos? ¿Sí al ahorro y las sinergias o no? En esta ciudad, en la que tenemos al mismo director al frente del Festival de Cine y de los teatros Cervantes y Echegaray, y a la misma persona como responsable de la Casa Natal, el Centre Pompidou y el Museo Ruso, parece que es una irresponsabilidad pensar que la gestión del CAC pueda quedar bajo tutela municipal.

El mundo del arte agradecería que los intereses empresariales de Fernando Francés desaparecieran de la ecuación cuando se habla de la gestión del CAC Málaga. Que un director de un centro público compre y venda arte a través de sus numerosas empresas es, aunque su contrato firmado en 2008 se lo permita, un auténtico sinsentido. Ya que esa gestión, concedida en beneficio de la ciudad, queda emborronada por los intereses particulares que el gestor posee en el mercado del arte. Según el Manual de Buenas Prácticas en Museos y Centros de Arte del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) y el Código de Deontología del Consejo Internacional de Museos, un director de un museo no debería tener intereses particulares dentro del sector del arte. Cosa que ocurre en el resto de museos malagueños, pero no en el CAC. A través de su empresa Sandflowers Art & Culture Advidsors S.L., Fernando Francés compra obras de arte. Y después, como director del CAC, compra esas mismas obras para el centro municipal. Es uno de los negocios más redondos jamás ideados. Nadie dice aquí que el empresario aumente el precio de los cuadros en el camimo, que bien podría, ni que esas piezas y no otras sean las adecuadas para completar la colección de arte de la ciudad. Asegura que lo que hace «se ajusta a la legalidad». Nadie lo pone en duda, pero el asunto huele tan fuerte como el cauce del río a su paso por el Mercado de Mayoristas. Como también huelen las cifras de visitantes que dice tener el CAC cada año. Son increíbles, en el sentido más literal del adjetivo. Pero saben qué, no existe un comité independiente para que vele por la política de adquisiciones del CAC como tampoco existe un control externo que contabilice la afluencia de público. Así que los malagueños debemos creer lo que nos dice el gestor cántabro sin rechistar ni escatimar en presupuesto, por supuesto. Aunque una cosa es reconocer ser un tanto ignorante sobre algunos artistas y movimientos contemporáneos y otra bien distinta que te tomen por sopa.

Como ven, aquí no hay debate. Y punto. No hace falta, ¿verdad? La agenda, ya trazada por la concejala Gemma del Corral, es hacer uso de la prórroga de un año más en la concesión a Francés, para así no desbaratar el plan expositivo del 2018, «que es lo que importa», y plantear el nuevo concurso en 2019. Los malos malagueños seguirán solicitando que el pliego del futuro concurso imponga a los gestores que se presenten no tener negocios que interfieran en el objeto del CAC. No es mala idea, si con eso se logra que el centro abandone de una vez por todas su interesada oscuridad.