La República de Weimar (1918-1933) se caracterizó por la depresión colectiva por haber perdido una guerra (y millones de soldados o víctimas civiles), el yugo, la crisis económica derivada de las imposiciones del Tratado de Versalles, los esfuerzos nada disimulados de los rusos por exportar su revolución y, a finales de los años 20, el despegue gradual del Partido Nacionalsocialista hasta su llegada al poder en 1933.

Fue una época traumática y también una edad de oro artística. La Bauhaus en arquitectura; Bertold Brecht, Thomas Mann, E. M. Remarque o Alfred Döblin en literatura; y Nosferatu, Metropolis o El gabinete del doctor Caligari en cine.

Hace pocos años el alemán Volker Kustcher publicó una serie de novelas (ediciones Zeta) ambientadas en Berlín en esa época y que ahora se han adaptado al cine en la serie Babylon Berlin. El entramado narrativo tiene pilares de best-seller y dinteles de escritura fina.

Lo primero es evidente en la sinopsis. Un joven detective es enviado de Colonia a Berlín para intentar desmantelar un chantaje a altos cargos envueltos en perversiones sexuales. En paralelo un grupo de rusos seguidores de Trotsky intenta hacerle llegar un cargamento de oro oculto en un convoy ferroviario. En el abanico de secundarios hay espías/sicarios bolcheviques, un turbio empresario armenio, una revuelta obrera, envarados políticos, militares hipernacionalistas rearmándose a escondidas y judíos acomodados, incapaces todavía de presagiar su cercana desdicha.

La finura se aprecia en la meticulosa ambientación y las tramas personales. Gereon Rath, el protagonista carece de la labia y debilidad por las faldas de Bernie Gunter, el lenguaraz detective Philip Kerr. Rath es más introvertido, modesto, algo inseguro e igual de decidido. A su lado, una falsa mosquita muerta. Charlotte Ritter es una menuda secretaria de juzgado que ayuda a su familia vendiendo esporádicamente su cuerpo y sueña con ser detective. El progresivo acercamiento de ambos es muy gradual, variable, auténtico.

El tema de fondo cuesta apreciarlo aunque es importante: Los dirigentes alemanes a pesar de la derrota en la IGM siguieron pecando de soberbia, creyéndose superiores a las naciones que los habían derrotado y manteniendo el clasismo y la desigualdad económica. No olvida Kustcher que a pesar de la miseria, las revueltas y los crímenes, la gente se esforzaba por seguir viviendo y divirtiéndose cuando era posible.

Todo esto se ha trasladado, con una producción cara y cuidada, a la serie televisiva (emitida por Movistar series). La dirigen Tom Tykwer (firmó El atlas de las nubes junto a los hermanos/as Wachowski), Henk Handloegten y Achim von Borries (guionistas de Goodbye Berlín). La pareja de actores, Volker Bruch y Liv Lisa Fries transmiten con nota la juventud, vitalidad e ingenuidad de sus personajes.

Otra cara de esta época, casi un yinyang es Berlin Alexanderplatz (R. W. Fassbinder, 1980, disponible en DVD). La novela de Alfred Döblin (editada por Cátedra) era considerada ya una de las obras maestras del siglo XX, a la altura de Ulises de Joyce o Manhattan Transfer de Dos Passos. Los primeros trece capítulos de la serie son una adaptación fiel de la obra. El protagonista es un hombre muy corriente, Franz Biberkopf (Gunter Lamprecht). Sale de la cárcel tras diez años de condena por matar a su mujer e intenta rehacer su vida, redimirse a lo Lord Jim. Se encuentra un doble obstáculo, sus fantasmas interiores y el leviatán que es la ciudad de Berlin en esa década horrorosa. Como recuerda Döblin al inicio de la serie, con dos millones de habitantes llegó a haber 800.000 parados.

Es una serie densa, deprimente y fascinante al mismo tiempo. Las actuaciones de Lamprecht, Hanna Schygulla, Barbara Sukowa y sobre todo Gottfried John, ídem. La sorpresa viene en el decimocuarto episodio, un genial epílogo que Fassbinder se saca de la manga. Con El jardín de las delicias del Bosco de fondo, el cineasta ofrece su propia versión del libro dando la vuelta a todos los personajes y situaciones previas.

Aunque las obras de Döblin y Fassbinder son mejores sin duda que las de Kutscher y Tykwer / Borries / Handloegten, se complementan bien. Ambas logran que el incipiente nazismo no vampirice las historias. Y aunque es cierto que Berlín era una gran ciudad, cosmopolita e hiperactiva, las neurastenias de sus habitantes eran una muestra, un síntoma, de las del resto del país.

Dos películas ambientadas en años posteriores si se dejan tentar por la perfidia de los nazis. Cabaret (Bob Fosse, 1972) mantiene su atracción y fuerza por los númerosmusicales y la interpretación de Liza Minelli. La caída de los dioses (L. Visconti, 1969) es casi tan provocadora como el Saló de Pasolini. Su asociación de la Alemania protonazi con una Gomorra es exagerada, irreal, excesiva para algunos estómagos y mentes; y fascinante, magistral para otros.