El síndrome del infiltrado. Tóxico y difícil de curar. Profesionales del espionaje que, cuando terminan su misión, no saben vivir su propia vida. Qué peligro. Qué gran serie. «Cuando esperas apañártelas es demasiado tarde, te sometes a la ley del miedo, de la sospecha, de la duda. La de creerse todopoderoso y decir que me las apañaré porque soy capaz de todo». No hay demasiada acción porque los movimientos cruciales se desarrollan en despachos o lugares que no llamen la atención. Seamos discretos, por favor. Incluso en la vestimenta, salvo que el gran jefe quiera poner a prueba la sinceridad de los novatos y se anude una corbata chillona, un gesto ridículo para saber si le van a decir la verdad cuando pregunte qué opina de ese colgante de tela. No solo se planifican golpes de mano, también hay reuniones para gestionar presupuestos o calibrar los niveles de violencia que se van a asumir cuando se trate de golpear a los enemigos. Conocemos mejor las invisibles identidades falsas que son como parabrisas donde se estrellan las moscas. Tapaderas, sudor frío, balas a la espera. Nunca sabes en qué puede desembocar una historia: de pronto, el tipo que ha interrogado sin contemplaciones a una mujer es capaz de convertirse en su amante. No es nada personal golpear y poner a prueba, ni tampoco lo es en el fondo explorar pieles que huelen a peligro y a pasión. Al protagonista le enseñan a no defenderse para que el daño sea menor. No saber pelear es una ventaja cuando tienes delante a gente que siempre te machacará. La violencia es para los débiles en el gigantesco tablero de ajedrez que tan pronto te lleva a Bruselas como te manda a los confines del Estado Islámico.

Esto no es Homeland, afortunadamente, no hay sorpresas burdas, los personajes están bien construidos y la tensión se gradúa con paciencia y sosiego, sin más sobresaltos que los inevitables cuando la olla a presión salta por los aires. De ahí que los golpes bajos (una mascota decapitada, un ataque quirúrgico, una pelea sórdida) impresionen. «Es el miedo lo que te permite controlar las almas». El miedo es el mensaje, sí. Sobre todo, en una excepcional tercera temporada donde un cautiverio se convierte en una experiencia que quita el aliento en su baile de traiciones y sacrificios. Hay momentos en los que sabes que la partida no puede continuar porque tus cartas están marcadas a fuego. En esos escenarios de odio y culpa hay sitio, no obstante, para acciones generosas, valientes y con un punto de heroicidad. «La sombra es nuestro dominio. Nuestra amiga».

Y en esas sombras por las que se mueven asesinos de todo tipo y vestimenta dirigidos como marionetas hay tiempo para romances al borde mismo del abismo, siempre en estado de alerta, nunca relajados. Con una muestra de entrega tan bella como desesperada se cierra el último capítulo de una serie extraordinaria que merece incluso un segundo visionado para enterarse de todo lo que oculta.