No es la primera vez que el repertorio seleccionado para los atriles de la Filarmónica aparentemente chirrían sobre las notas al programa pero en el desarrollo en concierto se revelan como hallazgo. Ejemplo de esta afirmación fue el último abono de la OFM que aglutinó en un mismo escenario: el talento solista de Pacho Flores, la solvencia en el podio de José María Moreno -segunda participación en esta temporada del director mallorquín- y la no menos argumentada apuesta del titular de la primera orquesta, el maestro Hernández Silva, sobre el entorno del repertorio iberoamericano capaz de convivir y sostenerse con autores, hoy indiscutibles, como Dukas, Sarasate, Vaughan Williams o Respighi. Creadores enlazados por la singularidad de sus páginas, el atrevimiento estético y la capacidad de emocionar al oyente.

En un mismo programa, que corría el peligro de caer en la chorrada, todo el afán artístico centró la interpretación en la emoción que provoca en el oyente. Ese punto que toca las entrañas apuntado sobre el equilibrio entre técnica y virtuosismo ponderado, además, por un conjunto instrumental inspirado. Aquello que parecía un cuestionable salpicón de grandes éxitos se transformó en la trompeta de Flores y la dirección de Moreno en algo más que el acostumbrado viaje por la historia de la música. Todo lo contrario, Flores y Moreno incidieron en los vasos comunicantes que hacen convivir la perfección bachiana con los ritmos brasileños o el sabor venezolano de A. Lauro con el ritmo de vals. Ambos músicos demostraron que lo que puede parecer una blasfemia (a ojos de puristas) no es más que el devenir mismo de la música de los últimos siglos. ¿Acaso Dvorák no bebe del folclore checo para su capítulo sinfónico o que incluso la revisión que hace Respighi para sus Pinos de Roma inspirándose en la forma y la tradición europea pueden situarse por encima del repertorio hispanoamericano? Lo cierto es que la contestación transitó por el aparente tono desenfadado y festivo del concierto pasado sin mayor dificultad.

Pacho Flores volvía al Cervantes con arreglos para trompeta y orquesta que lejos del artificio reivindicaba la idoneidad del instrumento. El Invierno Porteño de Flores coronaría una primera parte ascendente y entregada del músico venezolano caracterizada no sólo por el evidente virtuosismo que maneja sino también por el gusto musical mostrado en el fraseo, modulación o empaste que lo definen. Ya en solitario y desde el podio el maestro Moreno dibujaría dos páginas enlazadas por el poder de evocación que atesoran y el indiscutible lugar que ocupan dentro del repertorio. Precisamente esta consideración de obras recurrentes posee más valor porque ponen a prueba conjunto y batuta. El director mallorquín hizo demostración de dominio, imaginación y fluidez entre secciones y diálogo entre atriles solistas. Programa redondo justamente ovacionado.

Violonchelada

La emoción, en términos musicales y programáticos guarda una estrecha relación con el latido de sus intérpretes y la intención última que mueven al hilado de un puñado de páginas cosidas entre sí por el tiempo. Como no podría ser de otra forma y en la senda marcada por la Fundación Unicaja, para ese espacio privilegiado que es la Sala María Cristina -de retratar el talento instrumental y solista en concierto con alcance local, nacional e incluso internacional- cerraba su programación para el mes de marzo con un ensemble de trece violonchelos que bajo el título Violonchelada llenarían las butacas de esta sala de conciertos.

Feliz idea inspirada por Marco Scano, quien fuera primer cello de la Orquesta de la Radio de Roma y del Teatro alla Scala de Milán y alumno de Gaspar Cassadó con los también chelistas Alejandro Martínez y Virgilio Meléndez; todos coordinan un proyecto que uiere fijar una cita anual para reunir sobre un mismo escenario un conjunto de violonchelos y destacar el valor de este instrumento con páginas adaptadas para este tipo de formación.

Bach y Vivaldi protagonizaron la primera parte del programa. Del Kantor de Leipzig la Ciaccona en Re menor perteneciente a la partita nº 2 (originalmente destinada al violín) destacó esa curiosa politonalidad que consigue extraer Bach de un instrumento que técnicamente sólo puede emitir una frase y que compensa con la aportación del bajo contínuo. Al trasladar la pieza a un ensamble de cellos el lamento que atesora Bach en esta página descubre una nueva dimensión sonora sin perder el tono íntimo de su concepción.

Las Canciones populares Españolas cobraron una dimensión inimaginable entre las veinticuatro cuerdas del sexteto liderado por Carmen Elena -quien fuera cello de la OFM y que incomprensiblemente no está entre los solistas del conjunto- abriendo la segunda parte del concierto. A Falla le sucedería Kol Nidrei en el cello de Pavel Gomziakov quien dotaría su lectura de cierta carnalidad y lirismo muy apropiada para la atmósfera intímista y en ocasiones desgarrada del Lament de Ben Newhouse construida sobre una nota en obstinato que se desvela en la sección final de la obra. El contrapunto de Piazzola y su Fuga y Misterio pondrían el punto y final al recital que desbordó ganas, talento y música como - en palabras de María Zambrano- "la expresión última y final de todo".