Con La culpa, Magüi Mira actúa esta semana en el Teatro Cervantes. Lo hará bajo la dirección de Juan Carlos Rubio. Hará de actriz. Porque a la valenciana no le gusta mezclar funciones. O actúa o dirige. La culpa cuenta la historia de un psiquiatra que es llamado para declarar a favor de un paciente suyo acusado de cometer una masacre. Su negativa desencadena un terremoto en su vida profesional y personal, cuestionando su ética y provocando un conflicto con la persona que más quiere. Magüi comparte escenario con Pepón Nieto, Ana Fernández y Miguel Hermoso.

¿Por qué diferencia entre dirigir e interpretar?

Porque no soy partidaria de hacerlo todo a la vez. Es decir, a mí me parece que un autor es un autor y luego lo que hace el director es potenciar ese texto. Yo cuando trabajo como actriz no quiero al mismo tiempo dirigir. Creo que son miradas diferentes que todas suman. Hay mucha gente que lo hace, está en su derecho y es posible, por qué no. Pero yo prefiero no hacerlo. Creo en la dialéctica que se establece entre el autor y el director. Para mí estan los autores muertos, los autores vivos-muertos que te dan el texto y no les interesa nada más, y los autores vivos-vivos que se implican y son los que me interesan.

Cerca de 20 montajes teatrales como actriz y casi una decena de obras dirigidas. Al final va a equiparar ambas cosas.

Una cosa no lleva a la otra. Estoy alternando, pero ahora estoy trabajando más como directora. Para llegar a la dirección debería ser obligatorio primero conocer bien la profesión de actor o de actriz. En el arte escénico, como hay siempre tanto intrusismo, parece que cualquiera puede dirigir y actuar. Pero para mí es un privilegio poder contar una historia desde mis neuronas de mujer y con todo el aprendizaje que tengo como actriz.

Su anterior obra, Las amazonas, hablaba sobre la búsqueda de la libertad aunque las redes sociales censuraron imágenes porque las bailarinas aparecían con un pecho descubierto. Y en su anterior montaje, Consentimiento, de Nina Raina, contaba una historia de violencia de género. ¿Acabaremos con todo esto alguna vez?

Estamos muy lejos de acabar porque en la teoría sí, estamos muy de acuerdo en Europa, pero en la práctica no. Fíjate, nos censuraron las redes por unos pezones, que lo primero que hace un ser humano cuando llega a esta vida es chupar un pezón. El último día salí yo a saludar con un pecho al aire. Es un mundo muy absurdo, está perdido; y es normal porque se está moviendo todo: los proyectos sociales, vitales y políticos. Ya no sirven. Y la Constitución es la cosa más obsoleta del mundo. Tenemos que inventar algo que nos permita vivir.

Se ha implicado mucho en la defensa de la mujer y en la lucha contra la desmemoria de mujeres olvidadas.

Para mí es algo innato, lo llevo desde niña. Nunca me acostumbré a que mi padre, y hablamos de la posguerra, saliera a una tertulia con una serie de hombres importantes y mi madre se quedara haciendo el cocido. Eso mi cabeza nunca lo entendió. Hasta ahora, el poder siempre ha estado en la mano de los hombres. Pero no tiene que ver con el talento. Hay muchas mujeres talentosas en su casa y hombres talentosos en su casa también. Luego hay montones de imbéciles que tienen el gobierno y el poder en sus manos, y están frenando la opción de que haya mujeres para ver si son tan imbéciles o a lo mejor más. Pero tienen que tener su oportunidad.

Es un momento de gran creatividad a nivel autoral y de montajes. Quizá la piedra en el camino es la producción.

La producción tiene que luchar contra un público que en este momento está muy asalvajado. Me parece muy bien que le guste un determinado tipo de espectáculo, pero han dado un poco la espalda al teatro de género y eso se debe a la educación. Los políticos apoyan cada vez menos la cultura, porque no entienden que la cultura es una inversión no un gasto, entonces los productores tiene que vivir de la taquilla. Hay que darles divertimento pero eso no está reñido con la calidad.

Forma parte de la junta directiva de la Academia de las Artes Escénicas, presidida por Jesús Cimarro. ¿Qué hay que arreglar en el sector?

Creo que cada uno tiene que mejorar en el lugar que ocupa. Yo hablo con mi trabajo, que es lo que sé hacer. Intento conseguir que los trabajos que hago lleguen al máximo público posible, con compromiso, sin frivolidad, honestamente, y tratar de zarandear al espectador.

Se casó con el autor José Sanchis Sinisterra, tiene una hija actriz, Clara Sanchís, y otra diseñadora de vestuario, Helena Sanchís, y ahora está casada con Emilio Hernández Soriano, exdirector del Festival de Almagro. Su vida está rodeada de teatro por todos lados...

En estos momentos sí. Cuando era pequeña no. Solo mi abuela que me vestía de valenciana y me llevaba por el calle Sant Vicent en Valencia paseando y recibiendo la mirada de las personas que estaban ahí. Eso a mí me emocionaba. En el fondo se trata de comunicación. Luego la cosa ha ido creciendo con mis nietos. Diego, el hijo de Clara, que forma parte del grupo de teatro de la universidad, y Lucas que fue traductor también de Consentimiento y trabajó en producción en cine.

El cine y la televisión no le llaman tanto, aunque las series se han convertido en un pulmón para el sector.

Ahora estoy rodando una película con Achero Mañas, Un mundo normal, y acabaremos en Alicante porque mi personaje se muere en Altea. El protagonista es Ernesto Alterio. Y lo de las series es una maravilla. La ficción está entrando en nuestras vidas y es muy necesaria porque nos ayuda a vivir esta vida real que no hay quien se la trague.