Tienen todas las ciudades del Este europeo, o al menos a mí me lo parece, un aire de nostalgia y casi de tristeza, que producen en mi mente una cierta confusión y en mi corazón una especie de congoja, al andar por sus calles, que parecen ancladas en un tiempo gris y destartalado.

Belgrado es una ciudad situada en la confluencia del Danubio y el Sava, dos inmensos ríos, que no cumplen su misión de darle anchura y aire, sino que parecen estrangularla. No puede decirse que sea una ciudad muy hermosa, pero tiene aspecto de haber sido un lugar con un cierto encanto en otros tiempos. Dos veces he estado allí y andar por Knez Mihailova, su calle comercial más importante, buscando un retrato de la reina Draga que me había encargado Alfredo Taján, me producía inquietud, cuando a las cuatro de la tarde era noche cerrada y observaba el rostro serio y taciturno de los serbios, que parecían desconocer la sonrisa, con sus altivas cabezas braquicéfalas de occipucio plano, típico de los pueblos eslavos. Bien mirado, la historia de Serbia y de esta ciudad no invita a la risa, ni siquiera a la sonrisa. Belgrado es una ciudad que bastante tiene con haber sobrevivido.

No puedo entrar aquí a hacer una descripción ni siquiera sucinta de lo que ha sido la historia de Serbia, ni del resto de las hoy naciones independientes y ferozmente enemigas de lo que primero fue el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, después Reino de Yugoslavia-eslavos del sur- y más tarde República Federativa Socialista de Yugoslavia. La historia de estos pueblos oscila entre el Imperio Austrohúngaro y el Otomano, el haber sido origen de la I Guerra Mundial, las religiones católica, ortodoxa y musulmana, los alfabetos latino y cirílico, las dinastías Obrenovich y Karageorgevic y la órbita germano-austriaca y rusa. Con este panorama, el que los nacionalistas croatas, serbios y eslovenos del siglo XIX consiguieran llegar a un fundar un reino común fue una proeza, que terminó como terminó.

Pero durante el tiempo que consiguió mantenerse unida, Yugoslavia fue una nación importante en el contexto del siglo XX, con un aceptable nivel de vida, una absoluta independencia de la Union Soviética y un papel fundamental en la creación en los años cincuenta del pasado siglo del Movimiento de Países No Alineados. Y todo ello gracias a una figura de esas que se producen de vez en cuando en la Historia, a veces absolutamente necesarias y de las que carecemos en estos tiempos, el mariscal Tito, de cuya mano de hierro en el control de semejante avispero, da fe el museo de cetros instalado en su residencia oficial de Belgrado. Nunca he visto nada igual: una colección de cetros y bastones de mando, que era el regalo que le hacían, fabricas, comités de empresas, cooperativas, universidades, granjas colectivas y demás entes propios del comunismo autogestionario imperante, que forzoso es reconocer que funcionaba mejor, que el del resto de países comunistas, que componían el Pacto de Varsovia, en el que Yugoslavia nunca se integró.

Quiero decir con esto que Yugoslavia era un estado absolutamente independiente y con peso en el mundo, dos características de las que carecen los estaditos surgidos de la desmembración de aquel país a la muerte de un líder carismático. De las dos concepciones de la Historia que existen, la de los grandes héroes de Carlyle y la marxista de los movimientos de masas, está claro que me quedo con la primera por múltiples razones. Incluida la estética. Cuando el líder desapareció, los dos primeros estados que se crearon, tras su correspondiente conflicto bélico, fueron Eslovenia y Croacia, ambos católicos y ambos de la órbita alemana y hoy miembros de la Union Europea. Los primeros en reconocer la independencia de ambos fueron Alemania y el Vaticano. Por razones obvias. Les recuerda algo?

Una conflictiva historia

La primera vez que estuve en Serbia fue en 2001. Y fue un verdadero golpe en mi conciencia, un terrible choque con un paisaje urbano que nunca había visto en la realidad, sino esporádicamente en televisión, mientras uno almuerza y echa de vez en cuando una mirada al telediario y sigue comiendo y charlando tranquilamente, mientras los horrores se suceden en la pantalla. El mundo virtual es una fantasía, una enorme mentira, cuando la realidad se impone con toda la carga de terror de la que es capaz. Hacía dos años, 1999 de los bombardeos selectivos de Belgrado, llevados a cabo por la OTAN, como forma de intentar detener el genocidio que Serbia estaba llevando a cabo en Bosnia, no muy diferente a lo que había hecho Croacia con su gobierno títere, cuando en la II Guerra Mundial se alineó con los nazis. Esto del genocidio parece ser una afición muy arraigada en todos los Balcanes hasta llegar al Cáucaso. Que se lo pregunten a Armenia respecto de sus vecinos turcos.

Pues bien, Belgrado era una ciudad fantasma, llena de edificios bombardeados de forma selectiva. ¿Han visto muchos de ustedes una ciudad bombardeada, aparte de los ya muy ancianos que recuerden los de Málaga durante la Guerra Incivil? Es algo difícil de olvidar. Es verdad que dichos bombardeos, de alguna forma, tenían un cierto toque de civilidad, en un sentido sarcástico, claro.

Los bombardeos se producían, unas veces desde portaviones en el Adriático, que lanzaban los misiles dirigidos por un ordenador y daban exactamente en el blanco que querían destruir, sin afectar a los edificios vecinos, y otras veces, según la vieja escuela, es decir, con escuadrillas de aviones. Ministerios, edificios administrativos, residencias oficiales, cuarteles, dependencias militares, hasta la embajada china estaba destruida por un error táctico, que a punto estuvo de ocasionar algo mucho peor. Intenten imaginar la visión de una gran capital europea en pleno siglo XX-XXI semidestruida a los dos años de haberse producido aquel hecho desolador y con las paredes que seguían en pie, llenas de pintadas en las que se leía «OTAN asesina». Cuando volví a Belgrado en 2007, era una ciudad triste pero restaurada.

De todos los pequeños estados surgidos de la desmembración yugoslava, solamente Eslovenia tiene mejores índices económicos y de calidad de vida que en los tiempos en que existía un estado único y fuerte. Pero el nacionalismo sigue plenamente vigente, campando a sus anchas e imponiendo su ley, con el consentimiento, el apoyo y el fervor de sus pueblos y etnias, aunque vivan bastante peor que entonces. Ser independientes y dueños de su inexistente futuro debe ser muy consolador, cuando la esperanza de conseguir un trabajo es nula. Siempre existe la posibilidad de emigrar.

Ahora que lo pienso, no sé porque me ha dado esta mañana por escribir sobre independencia y nacionalismo, tomando como ejemplo a Yugoslavia. Ya hace algunos años y debería haberlo olvidado. Aunque anoche no cené, he debido tener una pesadilla. Si no, no me lo explico.