Se celebraron los Goya en Sevilla y en Málaga presionamos para que tuvieran lugar en la ciudad del festival de cine español. Pero celebrados ya aquí, parece que ha quedado una sensación agridulce, ¿no?

Es una sensación errónea y sólo en un ámbito muy local, porque la que se tiene fuera de aquí es otra. Lo hablaba con la gente de la Academia el otro día en la presentación en Madrid. La carta en la que ellos asumían unos errores internos, de su gestión, ha sido muy bien valorada por los académicos, que les han trasladado que el resultado de la ceremonia en Málaga fue estupendo y que los problemas fueron algo comprensible. Lo cierto es que los Goya han sido para todos una gran escuela de aprendizaje.

¿En qué sentido?

El esfuerzo de producción que hizo el Ayuntamiento de Málaga llevó a convertir el Martín Carpena en un verdadero auditorio a nivel internacional desde el punto de vista de su dotación e infraestructuras técnicas y eso ha sido saludado unánimemente por todo el mundo. Por cierto, las sillas eran muy cómodas y nadie nos dijo lo contrario. Pero creo que ese gran esfuerzo no ha sido valorado suficientemente por una serie de circunstancias ajenas a la labor del Festival y que se han amplificado no digo de manera intencionada pero no desde la suma de todos los elementos de juicio necesarios para llegar a la conclusión correcta. Le voy a contar una cosa: escribí un texto dos o tres días después de los Goya, tras haber leído todo lo que se había publicado; lo iba a subir a mi blog pero mi equipo me lo desaconsejó. Porque es verdad que alimentar la polémica sólo beneficia al que la crea y no al que intenta aclararla... Pero le voy a confesar que titulé ese artículo Orgullo y prejuicio. Hubo demasiados prejuicios, no por parte de la inmensa mayoría de la ciudad de Málaga pero sí por parte de determinadas personas, prejuicios que se afianzaron sobre los lógicos fallos de un evento en directo y que se levantó en unos plazos muy comprimidos de tiempo. Pero se dejó de lado el orgullo, de lo que se ha hecho, de celebrar aquí la gala más ambiciosa de los Goya en su historia, y que ha dejado unas señas de identidad que serán modélicas en el futuro.

¿Por ejemplo?

Fuimos nosotros los que sugerimos a los Goya el hecho de que se trabajara por la huella de carbono neutra de la gala. Y se consiguió. Y eso es un paso irrenunciable ya, que veremos en el futuro.

Pero en ese sentido lo que ha parecido quedar es la historia del profesor del Colegio Misioneras Cruzada, que recogió elementos de la decoración de la gala de unos contenedores para «que los niños de un barrio olvidado se sintieran los verdaderos actores de vida reales».

Soy muy respetuoso con este señor y su planteamiento, porque en el fondo lo que estaba poniendo en evidencia eran las carencias que tiene en su centro y determinados espacios educativos, no tanto el hecho de que la huella de carbono no se estuviera controlando correctamente. Pero lo cierto es que los elementos, cuando los recogió, no estaban en la basura; habían sido dispuestos en unos contenedores para luego ser segmentados. Ese señor creyó que estaban tirados, fue y los cogió con la mejor intención del mundo, no voy a ser crítico con eso. Pero la realidad es que nada de eso estaba en la basura, como se dijo y se escribió. A eso me refiero cuando hablo de que a veces faltan elementos de juicio para hablar de una situación.