Tras su primera y exitosa novela se vuelve a lanzar a la narrativa con Diario del Asco. ¿Qué se va a encontrar el lector en tu nuevo libro?

Pues espero que, a pesar del tema principal de la historia [el suicidio] encuentren un rayito de luz. Algo así como: «Suicidarse siempre se puede dejar para otro día». Si además el libro contribuyera a que se hablara con naturalidad de estos temas tabú... Hace un par de años Fernando Luis Chivite publicó un libro extraordinario, Sebas Yerri: retrato de un suicida (Pamiela, 2017), donde el personaje principal hablaba del suicidio de su amigo sin juzgarlo. Creo que hay que hablar de todo con naturalidad, y sobre todo de lo que no se ha hablado durante muchísimos años. Con más razón de este tema, que afecta a tantas personas. No se habla por miedo, por vergüenza...

¿Cómo consigue conjugar el suicidio y la amistad?

Uy, yo creo que van de la mano. El 90% de las personas que se suicidan padecen una enfermedad mental, pero ese otro 10% quizá si tuviera una buena red de amistades... Hay personas que se suicidan porque están solas o se sienten solas. Es tremendo. Por eso pienso que hay que hablar del tema. Yo misma he preguntado abiertamente a un par de amigos que andaban al límite de la depresión si estaban pensando en suicidarse. Uno me dijo que no. El otro sí (y desgraciadamente lo hizo). He leído que el 90% de las personas que sobreviven aseguran que se estaban arrepintiendo en ese mismo momento. Imagina lo que podríamos hacer con un poquito de voluntad.

¿Ha sido una preparación complicada la de esta novela?

Aunque escribo mucho soy muy, muy lenta. Tomo notas y voy guardando. Las primeras de esta novela son de los años 97, 98. Imagina la de vueltas que ha dado esta historia. La tenía medio abandonada y con el subidón del premio [el Café de Gijón por su primera novela, Una casa en Bleturge] me dije: «Oye, pues no escribo tan mal». Y la retomé en serio en 2018.

Hablemos de esa primera novela. ¿Podemos decir que fue llegar y pegar? ¿Que significó para usted alzarse con este galardón?

Sí, más o menos. Aunque detrás del llegar y pegar hay años de novelas fallidas. En 2002, mi querido Diego Medina me publicó en Monosabio una novelita corta. Me entreno en prosa desde hace mucho. Cuando Bleturge ganó el Café Gijón, pensé: «Me he pasado la vida corriendo maratones para volar en los 100 metros lisos». El premio, los premios en general, deberían servir para descubrir nuevos autores. Yo no estaba descubierta como narradora. Ahora sí, ya no necesito presentarme a más. Personalmente el premio me dio un poquito de seguridad, que falta me hacía.

¿Cómo llega Tusquets a su vida?

Pura carambola. Presentaba un libro de poemas en la Rafael Alberti de Madrid y entre el público estaba Fernando Aramburu acompañado de Juan Cerezo. Nos presentó, le dijo a Cerezo que debía leerme, Cerezo le hizo caso y aquí estoy. Nunca he creído en la suerte, pero empiezo a creer. Escribo mucho, ojo, pero he tenido la enorme suerte de que algunas personas influencers (que se dice ahora) se fijen en mis cosas. Como Aramburu, o el poeta y crítico Juan Marqués. Tampoco olvidaré nunca cuando Enrique Villagrasa, sin conocerme de nada, me sacó por primera vez en Qué leer. Aquello para mí fue como para las Campos salir en el ¡Hola!

'Diario del Asco' ve la luz en plena crisis del coronavirus, ¿Cómo está viviendo usted el confinamiento?

El confinamiento, bien. Mi sueño: no tener que salir de casa. Si no fuera por el pellizco que tengo en el estómago (por los demás, por qué pasará con la economía...) estaría feliz en casa. Al libro le ha afectado más que a mí. Se aplazan presentaciones, clubes de lectura (¡con lo que me gustan!), promoción... Pero me he inventado una promo desde casa y pido a los amigos que se lo hayan comprado vía internet, que me manden una foto con el libro. Hasta la Coca-Cola necesita publicidad, dicen.

Hay muchas voces en el sector que aseguran que tras este encierro vendrá un aluvión de obras sobre el confinamiento. ¿También lo cree usted?

Me consta que hay mucha gente escribiendo. Ojo, eso no significa necesariamente obras. Siempre recomiendo escribir para todo. No me vale el «No sé escribir». Digo escribir por gusto, no escribir para que lo lean a uno. Escribir nos calma, escribir es pensar dos veces. Pero obras... Es otro cantar. Pero bueno, ojalá fuera así, ¿no?

¿Está usted también aprovechando para escribir?

Yo aprovecho para escribir hasta dormida. Es verdad que algo que estaba escribiendo ha quedado a un lado, y me he puesto con una especie de diario, sobre cómo me siento estos días o sobre cosas que me cuentan. Algunas las he subido al blog o se las envío a los amigos para que se rían. Pero sólo subo las entradas divertidas. Para la tristeza, ya habrá tiempo.

¿Cuándo volverá a la poesía?

Uy, cuando ella quiera. ¡Yo la espero con los bracitos abiertos! A la poesía no se puede ir. Jamás se debe forzar, eso se notará después en lo escrito. De todos modos, como soy hormiga, algunos poemas me quedan en el cajón.

¿Qué hay de Málaga en su escritura?

La luz. Sin esta luz no escribiría como escribo. Y las cosas que pasan a mi alrededor, esas conversaciones brillantes, llenas de alegría y amor y sentido del humor en el autobús o el cercanías, entre personas desconocidas, no creo que se den en Minsk. Qué grandes. Creo que todos los malagueños llevamos dentro un Mini Chiquito de la Calzada. Si no fuera por eso...

¿Proyectos de futuro para Isabel Bono?

De momento prosa. Cuando pasen estos días un poco locos de llamadas de teléfono, de animarnos unos a otros, cuando vuelvan los días de paz sin pellizco en el estómago, retomaré otra novela que empecé hace un año. Me encantaría que tuviera toques de humor. Sin amor y humor no sobrevive nadie.