En una secuencia de Las niñas bien su protagonista camina en mitad de una sala donde se celebra un duelo hacia un grupo de amigas; en un momento dado se para y coloca en su lugar la flor de un jarrón ubicándola en su lugar y así descartar la posibilidad de perder su identidad y sentido del deber en un mundo donde los que no son como los que te rodean rara vez encontrarán una mano amiga que les vuelva a la vida.

Después de la prometedora Semana Santa la directora mexicana Alejandra Márquez Abella vuelve a la dirección para contarnos una historia de decadencia enrocada entre los muros de la más alto burguesía mexicana de los años ochenta.

Si de algo se beneficia Las niñas bien es del conocimiento del lenguaje cinematográfico de su directora para mostrarnos todo aquello que tiene realmente importancia en un mundo tan frágil como el grado de condición humana que albergan los que lo pueblan. Con una excelente primera medio hora y una puesta en escena elegante y sofisticada Márquez Abella apuesta por brindarnos una exquisita disección de la identidad de sus protagonistas hasta llevarlos a un lugar donde lo único que pueden volver a conseguir algo de lo que un día fueron es mancillar su propia identidad y recalar en lugares oscuros y sombríos donde siempre han estado pero de los que nunca se habían percatado.

Con una notable dirección de actores y una excelente Ilse Salas la directora mexicana retrata un marco generacional de personas incombustibles de deseos superfluos esclavizados a su estilo de vida mientras caminan por El Corte Inglés con la música de Julio Iglesias de fondo. Todo un ejercicio de estilo por parte de Alejandra Márquez para exteriorizar a unos seres con un cúmulo de errores benévolos junto a una incapacidad de integración en un marco social afable.