Elegantes terrazas, selectos clubs de noche, trajes caros, vestidos de noche... es el París de los años 30. Del año 1937 para ser exactos, y mientras abajo, en España, se recrudece la guerra entre republicanos y nacionales, la capital francesa alberga a intelectuales, a bohemios, a activistas que hacen su Guerra Civil a kilómetros de distancia entre una población parisina (y europea) que aún no ve lo que se le vendría encima unos años después. Es aquí, en este ambiente del París del 37, donde se mueve Ignacio Gazán un elegante marchante de arte español, procedente de La Habana, interesado en adquirir fotografías y cuadros para su colección personal. Este Ignacio Gazán es, en realidad, Lorenzo Falcó, espía del bando nacional. Enviado por El Almirante (a quién ya conocemos de las anteriores entregas de la saga), la misión del espía jerezano es doble: desprestigiar a un activista de izquierdas, héroe de guerra con el bando republicano, y arruinar de cualquier manera el cuadro que un pintor español de gran fama, simpatizante de los rojos, prepara para la Exposición Internacional de París. El autor es, claro, Pablo Ruiz Picasso y la obra en cuestión es el Guernica.

Sabotaje (Alfaguara, 2018) es la tercera novela de la, por el momento, trilogía protagonizada por Lorenzo Falcó, un personaje definido por su propio creador Arturo Pérez-Reverte como un «perfecto hijo de puta», y realmente lo es. Asesino a sueldo, torturador, espía metódico que utiliza todos los medios disponibles para alcanzar sus objetivos pero, al mismo tiempo, simpático, encantador, guapo, seductor... un lobo entre corderos en Sabotaje, una novela en la que incluso más que las predecesoras Falcó y Eva, se aprecia el profundo estudio histórico previo de Pérez-Reverte, quien asegura haberse empapado de libros, documentos, registros y películas de la época para componer un marco histórico en el que el novelista murciano desarrolla su ficción. Una ficción en la que aparecen personajes reales, unas veces con su nombre auténtico, como el caso del antes mencionado Picasso o de la actriz alemana Marlene Dietrich; otros bajo otros nombres, como Ernest Hemingway o André Malraux, este último uno de los objetivos de la misión de Falcó. Es divertido comprobar la precisión, fruto de ese estudio previo antes mencionado, con la que Pérez-Reverte plasma el taller donde Picasso está creando el Guernica, además de la relación de ambos personajes en sus dos encuentros en la novela, sabiendo como sabemos, y como sabe Falcó, que éste pretende destruir la obra de aquel.

Entre intelectuales de izquierdas, contactos nacionales, la amenaza de ser reconocido por la gendarmería francesa y los grupos simpatizantes con la causa republicana en París, se mueve el espía que en la primera novela de la saga participaba en el intento de rescate de José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante y que en la siguiente entrega tendría que recuperar (o hundir) un cargamento de oro de las bodegas de un barco republicano refugiado en el puerto de Tánger. Ya ha desvelado Pérez-Reverte, que ya trabaja en su próxima novela, que Falcó se retirará a los 80 años en Buenos Aires. Lo que desconocemos es si sabremos de más misiones, de más aventuras de este hombre sin patria, pero con honor, con escasas pero profundas lealtades, un denominador común en la mayoría de los héroes a los que da vida el autor de La reina del sur, El tango de la guardia vieja o de la saga de uno de sus personajes más populares y conocidos: el Capitán Alatriste.