Asegura Carlos Pujol (Barcelona, 1936-2012) en un amplio artículo sobre la novela negra publicado en 1973 y que cierra este libro, que la novela policiaca «es un juguete para mayores al que solo se le puede pedir lo que a los juguetes: que divierta y que funcione bien».

Las dos premisas se cumplen en la novela que acompaña este artículo, Los secretos de San Gervasio (Sherlock Holmes en Barcelona), que acaba de reeditar la editorial Menoscuarto en el 25 aniversario de la primera edición.

El escritor, crítico y traductor catalán condujo, mediante una sagaz treta narrativa, a la criatura de Conan Doyle al barrio en el que ha vivido el propio autor, pero también otras plumas notables como Eduardo Mendoza o Juan Perucho, como recuerda en el prólogo Andrés Trapiello.

La estancia de Sherlock Holmes y su inseparable doctor Watson en estas afueras campestres de Barcelona es, desde el comienzo, un juego cervantino en el que se confunden la realidad con la ficción y esa es una de las mejores bazas de la novela. Porque como las grandes obras de la narrativa policiaca, el misterio es solo el telón de fondo, la excusa para explorar territorios tan fascinantes como la misma adecuación de una pareja tan flemática al paisaje y paisanaje español y describir cómo la voluptuosidad, la gastronomía y los calores hispanos van haciendo mella y transforman a un dúo impregnado de tan británicas esencias.

En este sentido, el Sherlock Holmes de Carlos Pujol recuerda más a Magritte que a Conan Doyle, por la certera creación de un ambiente único. Si a eso añadimos ese claro guiño a Cervantes protagonizado por una pareja tan quijotesca, obtendremos un juguete que divierte, funciona bien y que merecía reaparecer.