Resulta inevitable acabar La alfombra voladora con una sonrisa de oreja a oreja, por las dosis de alegría y felicidad que desborda. Y así, la brisa vivificadora que desprenden sus páginas salen del libro y agitan las emociones del lector.

Ediciones del Viento acaba de publicar esta simpar aventura aérea, que recoge la hazaña del joven aventurero (y millonario) Richard Halliburton, quien junto con el piloto Moye Stephens cumplió en 1930 el sueño de viajar en avión a la ignota Tombuctú y a partir de ahí, dejarse llevar en alas de la aventura para recorrer buena parte de Europa y Asia.

En total, 34 países y 54.000 kilómetros, una hazaña escrita en estado de gracia, porque Halliburton, además de volar y disfrutar de la vida, sabe escribir. De hecho, por el estilo vivaz y alegre, en absoluto frívolo, recuerda a esa joya oculta que es La librería ambulante de Christopher Morley. Ya decía Susan Sontag que esta obra de altos vuelos fue una de las más importantes de su vida.

«Con una nave alada podía retomar mi vida de vagabundo, pero un vagabundo cuya patria serían las nubes y los continentes», afirma el norteamericano al comienzo de la obra. Y vaya si cumplió su promesa.

Porque en 1930 nuestro planeta seguía siendo fascinante e ignoto, atractivo por el misterio de tantas zonas raramente holladas por los occidentales. La pareja de jóvenes pilotos se propuso afrontar todos estos retos como modernos y sonrientes exploradores.

Hasta su aventura, pocos occidentales habían aterrizado casi en las narices de los habitantes de Tombuctú, o habían tenido la osadía de pedir permiso para hacerse pasar por soldados encarcelados de la Legión Extranjera Francesa. ¿Y cuántos viajeros han tenido la antigua basílica de Santa Sofía de Estambul para ellos solos?, ¿quién se ha bañado al anochecer en el estanque del Taj Majal?

Y como un moderno realizador de documentales para National Geographic, ¿quién ha tratado de constatar la existencia de pasadizos de la Jerusalén primitiva?

A este y muchos más retos se atrevieron estos pilotos, a quienes durante un periodo de tiempo se les sumó una piloto alemana tan valiente como ellos.

Dicen que la suerte es de los audaces, por eso pudieron obtener el permiso del mismísimo marajá de Nepal para tratar de sobrevolar el Everest, por entonces un monte inexpugnable. Pero a veces, la suerte abandona a los valientes. La última aventura de Richard Halliburton fue tratar de cruzar el Pacífico, de Hong Kong a San Francisco, a bordo de un junco. Desapareció para siempre a manos de un tifón en 1939. Nos quedan su aventuras y ahora, este inolvidable libro. Pura alegría de vivir. Y de volar.