Somos hijos de una memoria que generacionalmente silba sin olvidos en blanco las sintonías de las series televisivas de su infancia, de la publicidad de sus mayores y que de sus hábitos y juegos de aquellas edades de entonces hace un cuaderno de bitácora emocional. Cada época, cada centuria, tiene sus nombres, unos vinculados exclusivamente a la radio que era la única ventana de formación y entretenimiento. Con mucho cariño evoco la figura de mi abuelo, y a mí en sus rodillas y más grande junto a su lado, muy cerca del aparato en el que escuchaba el Diario Nacional de España, y de noche, a hurtadillas cómplice, tardé un tiempo en entenderlo, la emisión de Radio Pirenaica que se iba y venía en las sombras. De esa pasión de mi abuelo me viene el amor por la radio en la que tanto he trabajado y a la que echo de menos. Un recuerdo que me ha despertado el feliz libro con el que Jesús Marchamalo rinde juego al 'Je me souviens' que George Perec publicó en 1978 y en el que el refleja su propia biografía de imágenes de los años 60 y 70 en 'Me acuerdo' que vienen a ser igual que cromos de la memoria que rescatan aromas proustianos, el perfume de las madres, el sabor a licor de los bombones, el cambio de la luz de 125 a 220 de voltaje que a cada uno le encienden su memoria e iluminan el desván -en algunos caso las latas de carne de membrillo o de pasas- donde se conservan pequeños tesoros que tanto tienen que ver con muchas de las piezas con las que Marchamalo compone un divertido y emotivo rompecabezas generacional. Por ejemplo aquellas cintas de las máquinas de escribir en las que el número uno se hacía con la ele minúscula; el elegante envase de Maderas de oriente con el que nuestras madres rodeaban su cuello soñando con un beso de pasión marital. O la cejilla necesaria para las clases de guitarra a las que tantas y tantos se apuntaban pensando en ser las reinas y reyes de las brisas de verano en pandilla.

Siempre se ha distinguido Marchamalo por coleccionar u dejar acto notarial de casi todos los fetiches de lo literario y lo cultural. Unas veces han sido las bibliotecas de los escritores, marcados en su mayoría por el influjo del Nautilus, y otras de los despachos en los que el campo de batalla de una historia sucede a cualquier hora. Incluso abrió una Tienda de palabras y exploró todos los reinos de papel. Curioso y apasionado siempre, con un espíritu de divulgativo e incansable lector al mismo tiempo. Le faltaba en esa trayectoria de capitán Haddock, con algo de Tintin en su risa y su afición indagatoria, esta delicioso libro de bolsillo que a la vera de un café o una copa de tiempo lento despierta la infancia, la adolescencia el peso de una castaña pilonga en el bolsillo del otoño, la textura de los capullos de colores de los gusanos de seda dormidos como tesoros en cajas de zapatos, y del antiguo mar de Ulises que ya no se escucha en la boca nacarada de las caracolas.

Me acuerdo por la gracia de Marchamalo que me lo recuerda de los hules de plástico con el mapa de España en la mesa de la cocina y del mediodía; de que nos pintábamos relojes a bolí en la muñeca de las horas de niños; del galgo afilado y transparente de los folios al que perseguían las palabras de mis primeros relatos; de las canicas de cristal y de barro cocido jugándonoslas a la verdad y a la mentira; de las calcomanías en la piel del verano; de los esquijamas de invierno; de subir las escaleras de dos en dos y de tres en tres al regresar del colegio; de aquel excelente programa 'Cesta puntos' de Daniel Vindal; del molinillo de café- guardó el de mi madre con torrefacto aroma azul; de los primeros teléfonos góndola y que de memoria nos sabíamos todos los números de amigos y de familia. Podría seguir con las fantásticas magdalenas que Marchamalo nos regala, pero lo mejor es que sean ustedes los que las emparejen con su personal 'Me acuerdo'.