Mas allá de las críticas y reseñas que en estos días se suceden resaltando el ejercicio de catarsis exorcista que realiza Ricardo Menéndez Salmón en 'No entres dócilmente en esa noche quieta', al hablar del dolor y la culpa por la enfermedad y la muerte del padre, hay que decir que estamos ante un soberbio trabajo literario. Resulta muy difícil convertir el dolor en literatura, ahí están Kafka o Dostoievsky para enseñárnoslo. Es decir, para ello es necesario un escritor con un bagaje literario de muchos quilates. Menéndez Salmón es un hombre cargado de cultura. El más erudito de nuestros escritores, con un bagaje filosófico y humanista de primer orden. Por eso esta pequeña joya literaria para hablarnos de la enfermedad del padre y sus dolorosas consecuencias.

El texto está de continuo cosido con el hilo de la prosa como un valor ejemplar. Su modelo aquí es Norman Mailer, del que recuerda «es la vida de la que no pues escapar la que te da el conocimiento que necesitas para crecer como escritor». Y hace profesión de fe de esos irrenunciables valores literarios al citar a Doctorow que sostuvo que lo importante no era el adjetivo 'histórica', para su novela La Gran Marcha, sino el sustantivo, novela, que lo sostenía.

Menéndez Salmón que ha bebido de Celine o de Michón; de Kafka o de filósofos como Spinoza, añade con 'No entres dócilmente en esa noche quieta' un elemento mas al olímpico edificio literario que está construyendo. Posee un proyecto, un plan para levantarlo con solidez perdurable y lo hace con un estilo propio y único, como valores ejemplares.