Dos novelas no muy extensas, Labor arcaica y Un vaso de cólera, y los siete textos reunidos en 'Una niña en camino' han bastado a Raduan Nassar para ocupar un lugar en el canon de la literatura brasileña del siglo pasado, inscribiendo su nombre junto a la sacrosanta trinidad formada por João Guimarães Rosa, Rubem Fonseca y Clarice Lispector, trinidad a la que este lector añadiría al inigualable João Gilberto Noll. En definitiva, apenas cuatrocientas páginas contenidas en tres libros han sido suficientes para consagrar una escritura.

En 1984, antes de cumplir los cincuenta años y en la cúspide de su fama, Nassar manifestó haber perdido su interés por la literatura y anunció que a partir de entonces se dedicaría a la agricultura. El resto es leyenda, forja de fábula, un añadido al mito de las encarnaciones literarias del silencio de Bartleby. Nassar adquirió una propiedad de 650 hectáreas, Lagoa do Sino, y cultivó en ella soja, maíz y frijoles. En 2011, tras un cuarto de siglo de dedicación a la tierra, cedió su façenda a la Universidad Federal de São Carlos con una única condición, la de que en ella se construyera un campus para acoger a estudiantes de las comunidades rurales.

La publicación por Sexto Piso de 'Una niña en camino' permite acceder al fin a la obra completa de un autor dueño de una sensibilidad acuciante y oscura, en la que apuntan dos influencias muy severas: Dostoievski y Gide. Nassar toma del genio ruso su obsesión por el dolor en el mundo, encarnado en santos idiotas y asesinos de buen corazón, y añade a esa preocupación la pauta ácida, escueta y desnuda de la prosa de alta escuela del autor de El inmoralista, hasta concebir un feroz estudio acerca de la maldad humana y la terquedad de sus razones. Lo que Nassar suma a esa meditación es la singularidad de Brasil como país continente y el portento de una escritura de aparente naturalismo que coloniza sin embargo regiones insólitas.

Los textos de 'Una niña en camino' son heterogéneos. Extraordinario es el que da título al libro, un relato de treinta páginas que sigue el deambular de una niña en su adiós a la inocencia, y admirables son los dos últimos, 'El viejo' y 'Crisantemos', firmados todos ellos a finales de los años 50, cuando un jovencísimo Nassar daba ya muestras de su talento.

Completan el volumen cuatro piezas de tensión y aliento muy diverso. 'Hoy de madrugada' es una radiografía cruel del infierno conyugal; 'El vientre seco' ajusta cuentas con la juventud y su estulta sabiduría; 'A eso de las tres' es una gloriosa, radiante negación del mundo que cabe en un párrafo; y en fin, 'Manitas de seda' desmonta las falsas virtudes de los manuales de corrección pública, encerrando el único mandamiento en el que parece haber creído este gran escritor, el hecho soberano y a su modo dramático de que «la mayor aventura humana es decir lo que se piensa»