En estos días, he leído mucho sobre la muerte de Javier Marías, uno de nuestros grandes escritores, eterno candidato al Nobel además de un magnífico traductor, un extraordinario polemista y sin duda el más pertinaz en mucho tiempo de los cascarrabias que han poblado las letras españolas. No puedo aportar mucho a lo que he leído en prensa, porque nunca fui lector de sus novelas, aunque sí de muchas de sus traducciones –creo que he leído más a su padre y a alguno de sus hermanos-. Eso sí, de vez en cuando le echaba un vistazo a sus artículos, más que nada para indignarme un poco. Aunque he de decir que siempre me ha intrigado su éxito entre los lectores británicos y alemanes. Entre sus muchas extravaganzas, esas que él tan bien publicitaba, como su condición de furibundo hincha madridista, la que más me hacía volver la mirada a los cielos fue la tontería aquella de ser rey de Redonda –desde su trono no cesó de regalar ducados a troche y moche, y cada vez que me enteraba menos entendía el chiste-. En cambio, su condición de editor romántico, quizá la única faceta de su vida que pueda ser calificada así, es algo que siempre he mirado con buenos ojos: Reino de Redonda es una editorial encantadora, una tierna y bella aventura que compartió con su esposa, Carme López Mercader, a la que acompaño en el sentimiento y de quien espero aún más libros.
Diario de Lecturas
De todo esto cansado, pido el mortal descanso
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