Podría haber pasado por una pieza de teatro clásico, con su orfeón dispuesto a dejarse la garganta desde los bancos del fondo. Quizá también por un pasaje rural o por una escena costumbrista, entendiendo por esto las costumbres de otro siglo, de otra tierra. No se sabe si lo que se vivió ayer en el Ayuntamiento fue un desenlace de folletín o de opereta, pero está claro que no es normal–en Málaga hace ya tiempo que no pasan cosas normales–. ¿Exagerado? La vida es una hipérbole tremenda y la política no se escapa. De lo contrario cuesta explicarse solemnidades como la del pleno, con un grupo de mujeres disfrazadas de plañideras y aludiendo a la inquisición bajo los murales, salpicados de mensajes de concordia, del techo.

Lo extraordinario no es eso. Al fin y al cabo, y más en estas latitudes, cada uno es libre de colocarse la mantilla cuando quiera. La extrañeza viene por una acumulación de fenómenos que habría hecho creíble la irrupción de un hipopótamo vestido de flamenca. O casi. Para empezar, más de veinticinco personas, en su mayoría representantes vecinales, pidieron la palabra para defender al concejal Manuel Díaz. También fue una de las primeras veces en las que el alcalde, Francisco de la Torre, estuvo a punto de desalojar a alguien de la sala y quizá la única en la que uno de los testigos se convirtió, a regañadientes, en protagonista.

Hablo de este periódico y hablo del redactor Javier García Recio. Si cuesta explicarse la presencia de las lloronas, mucho más que un periodista sea el foco de atención de la actualidad municipal, pero así parece haberlo querido el Ayuntamiento. En la sala de prensa, durante la comparecencia previa de los portavoces, casi había más expectación que en el pleno. Los miembros del equipo de gobierno, o mejor dicho, Carolina España, Teresa Porras y el alcalde, le dieron un poco de suspense. Mientras que el periodista conversaba con otro concejal, no todos los del PP creen en emboscadas ni en persecuciones personales, le endilgaron una mirada de western que hubo que interpretar como una manera heterodoxa de saludo, al parecer, no recogida en los canones occidentales.

Una vez dentro de la sala, la conversación no tuvo desperdicio. Carolina España y De la Torre se esforzaron por dejar atrás las reconvenciones y los excesos verbales de los últimos días. Se limitaron a lo suyo, a repetir con tono de salmodia los mismos argumentos, que no existe ilegalidad, aunque sin mencionar nada de la diferencia que suele separar lo legítimo de lo ético. Teresa Porras sólo habló una vez ante la prensa y fue como una tormenta tonal que avanza desde la parsimonia de las primeras gotas a la voracidad del oleaje. Con el índice clavado en el redactor. J´accuse, que diría Zola y los franceses. «Usted me acusa de robar y ya le he explicado, pero usted erre que erre».

Después de que el periodista le reprochara su generosidad expresiva, el alcalde salió en su defensa, esta vez con una sonrisa, como en los buenos viejos tiempos. «Le ha contestado, señor Javier García Recio, lo que pasa es que Teresa tiene un tono vehemente».

Y tan vehemente. Sólo así se explica que consiguiera animar a la protesta política a un grupo de vecinas, las ya famosas plañideras, instaladas en el pleno con inscripciones mortuorias. Todas ellas, de manto y abanico, exhibiendo carteles con leyendas como ésta: «Se ruega una oración por la muerte de la decencia. La inocencia ha sido dilapidada. Verdugo, La Opinión, inquisidor, el PSOE».

Las mujeres, acaso lectoras de Platón, por su defensa de la pureza, permanecieron en el salón de plenos durante dos horas, tiempo más que suficiente para comprobar que existen, al menos, diez tipos de torturas más deseables que los debates municipales. No obstante, se despidieron a lo grande, buscando la machada y el aplauso de su admirada Teresa Porras. Un hombre vestido de negro, en consonancia con ellas, interrumpió a las bravas la sesión para interpelar, si es que este verbo se deja modular por este tipo de niveles acústicos, a la bancada socialista: «PSOE, las elecciones se ganan en las urnas, no con mentiras», sentenció.

Teresa no estaba sola. Incluso el presidente del PP, Elías Bendodo, accedió a sentarse a su lado en la rueda de prensa previa, donde le brindó un apoyo tan expreso como silente. Sin una letra. Lo de la concejal es curioso, sirve para medir la rareza del pleno. Siempre podrá contar que el día en que se evaluaron sus costumbres en las adjudicaciones de contratos estaba en la sala el hermano de uno de los grandes poetas de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX, Esteban Pérez Estrada, que asistió acompañado del escritor Francisco Ruiz Noguera para una moción relativa al legado del autor. Quizá por eso, la edil se sintió más fuerte y llegó, incluso, a taparse la boca para hablar por el móvil. Como si fuera Messi. Acaso temía la presencia de un espía o un de fotógrafo del corazón, el pleno estaba para esas cosas.

Si lo que rodeó la comparecencia de Porras fue inusual, no le va a la zaga el resto de la sesión, donde además de los recesos habituales a la infancia, con reproches cruzados y abucheos, hubo descalificaciones retroactivas–el alcalde llamó «mentirosos» a Marisa Bustinduy y Enrique Salvo por el «caso Garabato»–y otro gran protagonista, Manuel Díaz, refrendado por algo más que abanicos y vestidos enlutados. Una veintena de colectivos salieron en su defensa durante la moción destinada a evaluar la continuidad del edil al frente de urbanismo. Lo hicieron con voluntad y con un régimen de alabanzas variadas, algunas, incluso, implorantes, como la que fue dirigida al promotor de la medida, el concejal no adscrito, Antonio Serrano, que se estrenó ayer, después de su salida de IU, en el uso de la palabra. «Señor Serrano, conozco a sus hermanos, que están en mi peña. No sea así con Manuel Díaz».

Este último se mostró más combativo que suplicante y después de citar a Martin Luther King, le lanzó un severo rapapolvo a Serrano. «Usted es miserable como persona y sus palabras están llenas de maldad. Es un ejemplo de lo que no debe ser un concejal», espetó.

Pasadas las nueve de la noche, once horas después de la hora oficial de inicio de la sesión, comenzó el debate sobre el sistema de contratación puesto en marcha en el área de Teresa Porras, quien volvió a recordar, por enésima vez durante la jornada, que el Ayuntamiento también adjudicó una obra a un tal Sixto, al parecer, militante de IU.

Antes el caso había sido evaluado por Carolina España, que, al igual que Porras, lanzó acusaciones a otras administraciones gobernadas por el PSOE e IU. También se mostraron platónicas, hablando de «puras verdades», a pesar de la relatividad, cuanto menos, del caso. El pleno, surcado de astracanadas, concluyó después de las diez de la noche. Media singladura de fenómenos, demasiado para mantener el abanico en alto y la mantilla impecable. Incluso para los profesionales de la batalla.