Ni siquiera dio tiempo a que la capital pudiera resurgir de sus cenizas. En 1936 se repetía la misma historia de destrucción y se extendía por casi toda la provincia. El profesor José Jiménez Guerrero culmina un ambicioso proyecto y cinco años de profunda investigación para dar a conocer lo que Málaga perdió en 1936. La quema de conventos en Málaga. Mayo de 1931 supuso un hito y fue número 1 en ventas en la Feria del Libro en 2006. Arguval ha vuelto a confiar en su rigor historicista para publicar La destrucción del patrimonio eclesiástico en la Guerra Civil.

Existía un caldo de cultivo que precipitó los acontecimientos. La sociedad del 36 se caracterizaba por el anticlericalismo reinante. «Era una época muy convulsa y algunas decisiones de sacerdotes habían provocado que la Iglesia no gozara precisamente de prestigio social». Jiménez, de hecho, inicia la narración de pérdidas presentado las circunstancias que generaron en estos sucesos, y que se desarrollaron en dos etapas: «Una, tras las elecciones del 16 de febrero, que ganó el Frente Popular, y que no afectó a todos los pueblos, que se tradujo en asaltos a algunos edificios determinados; y la segunda, tras la sublevación militar, inmediatamente después del 18 de julio, cuando se produce el asalto a la práctica totalidad de los edificios sacros de toda la provincia, incluso en pedanías pequeñas y sencillas ermitas», explica el historiador.

El libro fue presentado el martes en el salón de actos del Rectorado. La encargada de hacerlo fue Teresa Sauret, catedrática de Historia del Arte y directora del MUPAM.

Jiménez hace un repaso exhaustivo por cada uno de los diferentes municipios que sufrieron pérdidas y los ordena alfabéticamente, enmarcándolos en su comarca. Historia, arte y patrimonio son el hilo conductor de un trabajo «que nace con la intención de colmar una parcela no suficientemente conocida en la historia de la capital y la provincia y calibrar el patrimonio eclesiástico que había antes de 1936», dice Jiménez.

Del mismo modo indaga también en cuál fue el proceso de recuperación, y destaca la labor de Enrique Atencia, arquitecto diocesano, «que interviene prácticamente en todas las iglesias de la diócesis». «Hemos revisado el archivo privado de este arquitecto, que está depositado en el Archivo Histórico Provincial», destaca.

Sin duda, se trata de un trabajo muy amplio en el que el historiador ha recabado muchos datos a lo largo de los últimos cinco años, «después de mi jornada docente, en mi tiempo libre y en mis vacaciones», agrega Jiménez, que es profesor del IES Salvador Rueda.

1931 y 1936

En líneas generales, la capital sufrió más en mayo del 31 que en el 36, «pero en la Guerra los asaltos se produjeron prácticamente en toda la provincia, salvo en Antequera o Archidona, donde no se destruyó casi nada», comenta. Las iglesias y conventos eran incendiados y los que no, fueron usados como mercados o como sedes de organizaciones políticas y sindicales.

¿Qué localidades fueron las que sufrieron más pérdidas? «Además de la capital, donde la acción destructora afectó a templos que se habían salvado en 1931, como la parroquia del Sagrario o la Catedral, hay que destacar también Ronda y Marbella», relata Jiménez Guerrero.

Eran grupos que actuaban de forma organizada, unas veces más numerosos que otras, «pero en los asaltos no participaba todo el pueblo». En el libro se subraya el intento del gobierno republicano por tratar de evitar, en algunos casos, estas pérdidas. «En la Catedral, se tapió el coro y varias capillas y se guardaron muchas imágenes en la sacristía. Si hubo más pérdidas es porque en el primer templo se refugiaron muchas personas venidas de los pueblos que iban siendo tomados por las tropas nacionales y para cocinar o calentarse quemaron muchos retablos», relata.

Jiménez, además, introduce un epílogo sobre el simbolismo de esta destrucción patrimonial. «Todo respondía a un claro intento por desacralizar los espacios público, destruyendo triunfos, cruces, imágenes en las calles. Con la destrucción de las imágenes patronales se quería incidir en la concepción de un Estado laico; y con la de las imágenes cofrades, se quería evitar la catequesis plástica de la Semana Santa. Y quemando los archivos se quería borrar la historia, para empezar de cero», explica Jiménez Guerrero.