No son solo números. Los 176.618 parados que existen en Málaga tienen nombre y apellidos. Y no sólo eso. La mayoría de ellos también tienen responsabilidades familiares, facturas pendientes de pago y un futuro hipotecado. Lo único que les falta es un trabajo que les permita hacer frente a unas obligaciones que aún existen para ellos, pues no tienen la suerte de estar entre los 3.008 malagueños que han abandonado las listas del paro en el mes de junio. Unos afortunados a los que el inicio de la temporada turística les ha permitido lograr lo que hoy se ha convertido en un privilegio: un trabajo.

Miguel Lozano perdió el suyo hace ya cinco años. La burbuja inmobiliaria se desinfló y con ella se fue su puesto de trabajo como albañil. Durante un tiempo, se mantuvo como pudo haciendo «chapuzas» de vez en cuando, pero «ahora ya no sale ni eso». Por ello, a sus 50 años y con diez personas a cargo, no tiene más remedio que dedicar las mañanas a buscar chatarra para luego venderla, aunque a veces no le llega ni para pagar los 150 euros mensuales de su vivienda de protección oficial.

En ella vive con su mujer, su hijo y sus tres hijas, una de las cuales se trajo a casa a su marido y a sus tres hijos, ya que la ausencia de trabajo la aleja del sueño de acceder a una vivienda. «Estuvo de okupa en una casa y la echaron, ha solicitado varias veces una vivienda de protección oficial y no se la dan», relata Miguel, quien cuenta los días que faltan de aquí al sábado. A partir de esa fecha, comenzará a cobrar una ayuda de 420 euros al mes durante un año. Sólo espera que este pequeño balón de oxígeno no esté condicionado a realizar ningún tipo de curso porque le restaría el tiempo que emplea en localizar chatarra.

Voluntaria a cambio de comida

Emilia García, de 42 años, también busca alternativas para llevar comida a casa. Cada sábado, colabora con una asociación de bolivianos preparando los lotes de alimentos que reparte a otras familias necesitadas. A cambio, se lleva a casa uno para su familia, integrada por siete miembros: el matrimonio y cinco hijos en paro, que además le aportan dos yernos y un nieto a cargo.

Hace una semana que Emilia se ha quedado sin trabajo, después de estar como limpiadora durante dos años y medio en una misma empresa y de haber tenido otros empleos temporales de duración inferior. Ahora le quedan dos meses y medio de desempleo, pero lo que cobrará «no llega ni a los 600 euros» y aunque como limpiadora no cobraba mucho más, la merma de ingresos «se nota en casa», ya que solo trabaja su marido que aunque gana menos de mil euros mensuales, al menos tiene la «suerte» de poseer un trabajo fijo que no depende de la época del año.

Y es que aunque el verano haya supuesto una mejoría en el mercado laboral, las oficinas del Inem reciben estos días a otro perfil de desempleado, que acaba de perder su trabajo precisamente por la llegada del período estival. Es el caso de Lola Cabello, quien durante el último curso académico ha trabajado como monitora en el comedor de un colegio.

A pocos metros de Lola y entre las personas que ayer hacían cola en la oficina de empleo del barrio malagueño de La Unión, se encontraba Lorena Bermúdez. Con 30 años y experiencia como dependienta, las rebajas de verano tampoco le han traído un trabajo y no ha sido por falta de currículum repartidos. Al menos, su pareja acaba de empezar a trabajar como chófer y ella cobra el desempleo para poder hacer frente a la hipoteca, aunque reconoce tener que pedir ayuda a sus padres.

En la misma oficina de empleo que Lorena también se encontraban otros jóvenes como Penélope Gil, de 34 años, quien perdió su puesto fijo de administrativa cuando la empresa en la que trabajaba cerró hace poco más de un año «por la crisis». Encontró un trabajo de pocos meses y luego se quedó embarazada, por lo que no ha tenido tiempo de buscar otro empleo.

A Penélope, licenciada en Administración y Dirección de Empresas, le queda sólo un año de prestación de desempleo y no tiene intención de agotarlo. Quiere encontrar trabajo antes porque, aunque su marido trabaja en un banco, tienen que pagar una hipoteca y mantener a dos hijas de 4 años y 3 meses y medio, respectivamente.

Parados de larga duración

También había personas como José –nombre ficticio pues prefiere mantener su anonimato–, agente comercial en paro desde hace siete años. No entendía por qué se le había denegado la renta activa de inserción, si ya se la habían concedido otras dos veces y sus requisitos no han variado. Sigue siendo mayor de 45 años, no percibe rentas y la de su mujer, dividida entre ellos dos, no supera el 75% del salario mínimo interprofesional, excluida la parte proporcional de dos pagas extra.

Además de las trabas burocráticas, las ayudas también tienen fecha de caducidad. La mayoría de los desempleados no tienen duda y prefieren un trabajo a hacer cola en las oficinas del SAE.