Corría como un gamo el año 1975, acelerado, en su entusiasmo, por los estornudos del general y la plomada juglaresca de la canción de autor. La Costa del Sol ya estaba en todos los mapas, pero ahora también quería salir en las enciclopedias, convencida de sus posibilidades para convertirse en una república de sabios, una especie de platonismo contestatario, desahogado y con pareo, ideal para disfrutar, al mismo tiempo, de los retos del verano y de la imaginación. En Benalmádena, a pocos metros del hotel en el que, en los sesenta, se destrozó deliberadamente una escultura de Pablo Serrano, cuajaba la semana de cine independiente. Marbella no tenía bastante con el deambular de las estrellas de Hollywood y soltaba los cuartos para un premio de novela y la provincia soñaba con una cita histórica, de gente rara, profesionales de la lingüística, el complemento de las suecas, la cura a la vulgarización.

Cuando Benalmádena anunció su participación en un premio anual de ensayo y crítica literaria, los topos de la prensa del régimen no tardaron en reaccionar. Se hicieron todo tipo de chistes sobre la mezcolanza del sol y del guardarropa de las teorías. Incluso, los organizadores del certamen, con Planeta y Lara junior a la cabeza, se permitieron insinuar el impacto, el extraño maridaje de «los personajes humanos propios del turismo con un público preocupado por la gramática generativa y la poética del Renacimiento» (sic).

Si este era el objetivo, la astracanada culta de Benalmádena, en la que también aportó dinero el Ayuntamiento, no decepcionó. La primera edición nació con un jurado madurado en las humedades de la biblioteca, una plétora de referencias librescas, a las que se fueron añadiendo, en las pocas temporadas de vigencia del premio, nombres como los de Manuel Alvar, Salustiano del Campo, Antonio Gallego Morell o José Luis Sampedro. El certamen se estrenó con dos ganadores, Antonio García Berrio, catedrático de Murcia, y Valerio Báez San José, profesor de Castellón, que aportaron sendos infolios de títulos veraniegos y refrescantes al patrimonio la Costa del Sol; Introducción a la poética clasicista: Cascales y La estalística de Dámaso Alonso. Esto es, mientras los cuerpos se despanzurraban por la arena caliente, a pocos metros de la hilera de toallas, había gente más seria que un notario pegándole al asunto de la metalingüística y del eje paradigmático del lenguaje. Y, además, con subvención. ¿Lisonjeaba Benalmádena con la sofisticación? ¿Pensaba en un público nuevo? ¿En incluir la sopa de Greimas en la oferta de pescaíto local?

La paradoja filóloga

No se sabe realmente cuántos turistas reportó el premio, pero sí que en 1975 el refinamiento de Benalmádena sirvió para estilizar las debilidades del turismo y procurar un contraste paisajístico e inmoderado a las tentaciones de brocha gorda que nunca faltan en la orilla del mar. Durante esa primavera, la Costa del Sol, quién lo iba a decir, fue un lugar suntuosamente marciano, en el que se podía ver una película de Godard, discutir sobre Saussure y pegarte un atracón de salmonetes. Lógicamente, tanta fecundidad no podía durar toda la vida. El certamen y, con él los lingüistas, desaparecieron poco después, al igual que Godard y la Semana de Cine de Autor de Benalmádena y puede que, incluso, los salmonetes, aunque con un periodo previo de esplendor.

Manduca de Marbella

Después de la primera convocatoria, Planeta, que venía de fracasar en otro de sus proyectos exóticos, el premio de novela experimental Café Colón de Almería, decidió ampliar las bases y añadir otra categoría, la de ensayo, pero sin perder de vista a los lingüistas, que siguieron a lo suyo, obligando a los concejales de Benalmádena a memorizar títulos no menos estivales que los anteriores como Antonio de Guevara en su contexto renacentista, ganador de la edición de 1978. Bendita locura la del turismo. Entonces, Marbella también se había apuntado a la alegría de vivir con otra aventura literaria, su premio de novela, ganado en el primer embate por Antonio Burgos, que se endilgó 300.000 de las antiguas pesetas en una gala de las de broche y espada, en el hotel Don Pepe. Esta vez hasta con un sistema de puntuación importado del Gouncourt, aunque, eso sí, con Pemán en el jurado. Cosas de la brocha gorda. La huida de los lingüistas de la Costa del Sol.