No es una aduana, pero se le parece bastante en espíritu. Las escuelas de idiomas, con esto de la crisis, no se conforman con entretener a los niños de las buenas familias para que tengan algo con lo que acompañar al vodka en sus becas en el extranjero. La ciudad, devorada por la economía, se ha lanzado al aprendizaje, ya no en la vía directa, tipo oposiciones, para obtener un empleo, sino como viático para empezar en la zona cero. A la demanda veraniega, las academias aportan ahora otro fenómeno, el del estudio a toda velocidad como paso previo para salir del país; la economía de la fuga de cerebros.

En muchas oficinas, las matriculaciones han crecido para los próximos meses. El perfil se corresponde con jóvenes, en su mayoría con titulación universitaria, que persiguen un nuevo diploma para aumentar sus expectativas laborales en otros países. Este verano, en las paredes de las escuelas, se oirá fundamentalmente el inglés y el alemán, las lenguas a las que todo el mundo se encomienda para esquivar la molicie del euro.

Del estudiante vocacional, con apuestas más románticas, al pragmatismo, y, a la vez, en línea recta. «El objetivo es obtener el título que acredite su capacidad en el idioma», aclara María Dolores Arrózpide, directora de la academia Lexis. La docente considera dramático el movimiento, especialmente por lo que significa en términos de capital humano; la sociedad deja escapar a muchos de sus miembros y ahora ya no es una hipótesis.

La primera etapa del proceso de fuga se completa. Mientras España cede su soberanía política, los ciudadanos se entonan con la lengua de Merkel. Algunos con más éxito que otros. «Siempre recomendamos que se aprenda antes inglés. Para las personas que nunca han tenido contacto con otro idioma el salto al alemán es francamente difícil», sostiene.

En la academia Lexis, la crisis ha desencadenado una sucesión de veranos irregulares. Hace tres años, quizá por aquello del inicio del miedo y del catastrofismo, se multiplicó la demanda. El año pasado, sin embargo, hubo de nuevo una contracción, quién sabe si subida al carro de los brotes verdes. Esta vez las peticiones son altas y también la urgencia: cursos intensivos con más de cuatro horas al día y un único paréntesis, el de la feria de Málaga, que no se deja conmover por nada.

Del otro lado están, sin embargo, los cursos en el extranjero, que ya no resultan tan interesantes para los malagueños. Y no por terquedad ni por soberbia, sino por falta de financiación. Los idiomas vuelven a aprenderse como en los ochenta, en la academia o detrás de la barra. La segunda vía es menos recomendable, especialmente para optar a puestos de mayor cualificación profesional: «En Alemania ya no sólo se exige un diploma en alemán, sino también en inglés», puntualiza Arrózpide.

La perseverancia de la crisis obliga a los malagueños a empezar a ponerse al día con su asignatura pendiente, los idiomas. Además, a las bravas, como programa alternativo al veraneo morcillón y despreocupado. España se hace adulta a golpe de reforma, con su contrapartida trágica, la emigración. «Hay alumnos que incluso se matriculan porque quieren hacer la prueba y saben que no basta con entender y hablar la lengua. Se necesita no fallar en gramática, si no se pierde la oportunidad», advierte.