Paco Bravo se emociona cada vez que habla de su padre, porque ni siquiera cuando pudo regresar a su tierra natal, dejaron de instigarlo. Consiguió dejar Francia definitivamente en 1956 y regresar a Málaga con su mujer, Antonio Fernández y sus cuatro hijos varones. «Cuando yo llegué a Málaga tenía 7 años y lo que no hablaba era español», recuerda su hijo Paco.

Pero no iba a encontrar la tranquilidad porque «cada vez que había movida metían a mi padre en la cárcel y allí se pasaba uno o dos días», relata Paco Bravo. Así, cada vez que había alguna visita oficial de alguna autoridad franquista, José Bravo Alarcón, con un claro pasado republicano, visitaba la prisión provincial, aunque José, siempre que entraba, «si era mediodía preguntaba que cuándo se comía allí» y a la vuelta repartía entre la familia y los vecinos los bollos que no se comía en la cárcel»». Después de Mathausen, la cárcel de Málaga le parecía una broma, aunque fuera una broma pesada. José Bravo se fue a vivir a la calle Martínez de la Rosa, donde tuvo en la misma casa un próspero negocio de electricidad.