­Francisco Díaz Jiménez es el policía nacional asesinado por un indigente de una puñalada en el corazón. Tenía 33 años, una hija de tres años y estaba casado. Sus compañeros aseguran que «era muy simpático y tenía mucha conversación», según diversas fuentes consultadas por este periódico.

Su viuda pasó ayer muy mal día. Pero si tuvo algún momento de lucidez, debió percibir el cariño y la admiración que levantaba la víctima. Su compañero, en las palabras leídas en el funeral, aseguró que era «la alegría del grupo» de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) de la Policía Nacional de la que formaba parte.

Siempre estaba sonriendo, y estaba muy orgulloso de ser policía, lo que también relató el agente que vio cómo la vida se le escapaba en la fatídica tarde del miércoles, cuando iban a detener a un mendigo que lo apuñaló.

Diversas fuentes indicaron que era «muy optimista, una persona que empujaba al resto, dinámica, positiva». Otros agentes explicaron que también participó en un sindicato, lo que da una idea de sus ideales en aras de la mejora del servicio público. Llevaba nueve años en el cuerpo.

Las muestras de cariño y respeto fueron muchísimas, y todos destacaron que dio su vida «en acto de servicio», una entrega máxima. La cofradía de El Rico, por cierto, participó en la organización de la misa funeral. El obispo, Jesús Catalá, relató el ejemplo del Señor, cuya pasión y muerte acaba de conmemorarse y luego resucitó. El hueco que deja Paco, como lo llamaban los que le querían, será inmenso.