­Lleva 28 años padeciendo la que se conoce como la enfermedad del suicida, un dolor que no le deja dormir, casi hablar o leer un libro. Como muchos de los pacientes a los que les ha sido diagnosticada la enfermedad, todo empezó con la extracción de una muela, aunque antes había tenido episodios de hinchazón de la cara. «Estuve bien unos 15 días y hasta ahora», se lamenta la mujer, que además ha sido detectada de un problema inmunológico que le causa otras dolencias, que padece desde los 19 años.

Acude con frecuencia a la Unidad del Dolor de Málaga, donde los médicos le procuran varios tratamientos que le mitigan el dolor. Ha ido a multitud de sitios para que la trataran, hasta que comprendió que no se le iba a quitar. «Este dolor se me quitará el día que me muera», admite amargamente la mujer, que dice sin tapujos que ha pensando varias veces en quitarse la vida. «No me tiro por la ventana porque vivo en un segundo y para quedarme peor, como que no», bromea, aunque admite que su mayor atadura a este mundo es un hermano discapacitado que depende de ella. «Este dolor no se puede explicar. Te invade la cabeza, te derrite el ojo, todo lo que te toca, te modifica tu vida hasta convertirla en un infierno», relata Victoria Guirado, de 47 años. «No puedes salir, no puedes comer lo que te gusta, la gente deja de contar contigo y te conviertes en una ermitaña», dice la mujer, que admite que el dolor vive con ella y que en los mejores casos puede estar 30 minutos sin él. «A lo sumo». Además, critica que con una pensión mínima cada mes pague 400 euros en medicinas. «No hay derecho», concluye.